Sergio del Molino: "La despoblación es un fenómeno histórico que ya está concluido".
Alberto Luque Cortina
La primera vez que oí hablar de "La España Vacía" fue, creo recordar, en 2016, el mismo día que el libro fue presentado en Barcelona. El escritor Gabi Martínez, quien también está muy interesado en otras formas de narrar España, me llamó: "Tienes que leerlo", me dijo más o menos o con otras palabras, "es un libro potente, de largo recorrido, que induce a la reflexión: dará que hablar".
Premonición cumplida. Tres años después, "La España vacía" va por su décimo quinta edición, un hecho insólito teniendo en cuenta que se trata de un ensayo sobre España desde el mundo rural, en el que se abordan temas como la despoblación, el desequilibro entre el pueblo y la ciudad, o la percepción española del paisaje y de quienes allí viven.
El éxito del libro ha sido tal que su título se ha convertido en una expresión habitual para referirnos a una gran parte de nuestro territorio: la España rural de interior con una densidad demográfica muy baja, similar en algunos casos a territorios extremos del norte de Europa, como Laponia. Lo cierto es que buena parte del Camino del Cid discurre por esa "España vacía", y por eso hablamos con su autor, el escritor y periodista Sergio del Molino.
Sergio, tres años después de su publicación seguimos hablando de tu libro. Se trata de un éxito sin precedentes e imposible de pronosticar. Incluso ahora, a posteriori, resulta difícil de explicar...
Es cierto; cuando un libro rebasa el límite estrictamente literario, como ha sucedido con "La España vacía", es imposible explicar el por qué. Por las intuiciones que tengo, y que probablemente sean equivocadas, la clave está en lo que se cuenta en sus últimos capítulos y en el momento preciso, el aquí y el ahora, en el que sale el libro. Creo que, después de esos años de borrachera económica, y tras sufrir varias crisis, la sociedad española estaba tomando conciencia de todo lo que había perdido. Creo que el propio título, "La España vacía", recogía y daba nombre a un espacio que estaba por cartografiar sentimentalmente.
Tanto es así que el término que has acuñado ha entrado a formar parte de nuestro vocabulario corriente con mucha naturalidad. Las referencias a la España vacía aparecen con frecuencia, incluso, en el debate político.
Sí, es cierto. Aunque a mí el debate político es el que menos me interesa porque creo que tiene unos ribetes puramente retóricos. Algunos han encontrado ahí un lema al que agarrarse y ya está.
Como lector, lo primero que quiero es agradecerte la calidad literaria del texto. Es importante destacarlo, porque se trata de un ensayo literario. No se trata de un estudio académico, ni de una "Guía para sobrevivir a la despoblación", sino de una reflexión meditada y aguda que apunta algunas claves muy interesantes, desenmascara muchos tópicos y, sobre todo, ayuda a que el lector forme su propio criterio ante fenómenos tan estereotipados como la despoblación.
Más que nada, yo te diría que lo que hago es tomarla como pie forzado, como excusa para poder desarrollar una visión del país. Para mí, el fenómeno de la despoblación es una plataforma que me permite "pasear" por España y lanzar una mirada desde un eje de conflicto que no es habitual, que ha sido ignorado muchas veces y que ni siquiera ha sido percibido como conflictivo y que a mí me parece muy interesante. Pero no me preocupa tanto centrarme en el fenómeno de la despoblación como apoyarme en él para luego mirar el país.
Pero el libro se centra en una parte concreta, y amplia, de la España rural.
Sí, claro, el libro deja fuera, por ejemplo a Madrid o Barcelona, aunque también habla de ellas al referirme a la emigración y a la construcción de aluvión de las grandes ciudades. De hecho, volviendo a la primera pregunta, creo que si el libro no contara eso, no habría tenido tanto impacto. Si fuera un libro que sólo hablara de la España vacía geográfica creo que no habría habido tanta gente que se hubiese sentido aludida o interpelada por él.
Lo que nos lleva a un fenómeno que describes muy bien: se trata de esa mirada condescendiente del habitante de la ciudad hacia el mundo rural. Siempre me ha llamado la atención esa actitud, molestamente paternalista, cuando lo cierto es que provenimos, en general, de la España rural. Una parte muy importante de la población que hoy vive en las ciudades procede, si me permites la expresión, "del arado", ya sea en primera, segunda o tercera generación. ¿Qué sucede? ¿Es una especie de amnesia colectiva? ¿Cómo se conjuga esto con el interés creciente por ese mundo rural y el modo de interpretar la despoblación?
Haciendo una simplificación metafórica, que valga sólo como símil, creo que tiene que ver con cuestiones generacionales. Nosotros tenemos una relación de conflicto con los padres y una relación sentimental de afectividad con los abuelos. Mientras nuestros padres renegaron "del arado" nosotros, los nietos, lo percibimos de otra forma, aunque sólo sea para fastidiar al padre. De hecho, la literatura que aborda este fenómeno se remonta siempre a los abuelos, elude el conflicto padres - hijos para situarse en un territorio de construcción de la identidad mucho más amable, pero muy poderoso. Así, construyes tu identidad por oposición a tus padres y por afinidad a tus abuelos.
El escritor Sergio del Molino. Foto: Ass G. Ayerbe.
En "La España vacía" abordas cómo la literatura ha mediatizado nuestra forma de entender el paisaje y de relacionarnos con él. En esa misma línea describes un caso paradigmático que recordarán muchos de los hicieron la EGB: aquella sentencia famosa del historiador griego Estrabón quien, dos mil años atrás, habría afirmado que una ardilla podía atravesar España de norte a sur sin pisar el suelo, tal era la densidad de nuestros bosques, en contraposición a la España actual. Sin embargo, hoy sabemos que España nunca tuvo tantos árboles como ahora, y que tal ardilla no existió nunca, entre otros motivos porque Estrabón nunca escribió esas palabras. De modo que, finalmente, una simple frase, que nadie sabe de dónde ha salido, ha influido en la percepción que toda una generación tiene del paisaje y de su "catastrófica" evolución a lo largo de la Historia.
Es que los mitos configuran mucho más que el relato histórico, y son mucho más importantes. Tenemos una visión mítica del país y del mundo en el que vivimos. Lo mismo sucede con nuestra familia. Los relatos familiares son mitos en buena medida. Cuando muere un abuelo, si por casualidad el nieto es escritor y quiere escribir su historia, en cuanto empieza a indagar un poquito, según empieza a rascar en la superficie, se da cuenta de que todo lo que han contado sobre su abuelo es mentira, que todo son pequeños mitos familiares; se trata de un relato adornado, embellecido. De hecho, cuando el escritor quiere compartir esos descubrimientos con su familia, es condenado al ostracismo. La gente no quiere que le destruyan sus mitos.
¿Eso explicaría que, a pesar de estar plagado de tópicos, el mundo rural, y en concreto la despoblación, posea esa carga emocional tan fuerte?
Claro, es que estás hablando de tu identidad, de tus raíces, de tus abuelos; habla de cosas que te importan mucho.
¿Es posible que esa carga emocional distorsione nuestra percepción de la despoblación y condicione el modo de afrontarla? Hablar, por ejemplo, de la "lucha contra la despoblación" es sugerir que se trata de un mal que debe, y puede, ser erradicado. Al mismo tiempo insinúa la existencia de un estadio anterior, ideal, en el que esos territorios estaban poblados, cuando hoy sabemos que, salvo en algunos picos históricos, nunca ha sido así. ¿No sería mejor centrarnos en buscar las oportunidades que puede generar esta situación en vez de negar la evidencia?
La despoblación en sí, tal y como la planteas, no se puede abordar exclusivamente como un problema. En primer lugar porque el país es así. Es lo que nos ha tocado. Es la Historia. Si esto se hubiese querido evitar, debería haberse actuado hace siglos, hace cien años por lo menos. Ahora no tiene ningún sentido. Forma parte de nuestra realidad. Es un fenómeno histórico que ya está concluido.
De hecho, perdemos de vista el contexto. Territorialmente, abordamos la despoblación desde un punto de vista casi comarcal. Cada territorio afectado ve la herida que le sangra a él, pero no ve el conjunto. Pero es que el conjunto ni siquiera es español sino, cuando menos, europeo. La lectura es que la Unión Europea se está convirtiendo en un geriátrico. La despoblación es el efecto de cola, el más tangible y dramático de algo que afecta a todo el continente y que resulta muy difícil de remediar porque no hay voluntad política y porque el fenómeno es demasiado potente: no puedes obligar a la gente a que tenga hijos, no puedes obligar a la gente a que viva donde no quiere vivir...
Es una corriente poderosísima. Vivimos en una época de declive de Europa. Es un fenómeno que se visualiza ya en el siglo XIX; luego el martillazo de la Primera Guerra Mundial, el auge de los fascismos... La civilización burguesa europea está en decadencia, y la despoblación es uno sus efectos.
Regresando a lo local, a esos territorios que configuran la España vacía: a veces se percibe en la gente un sentimiento de descontento o desilusión. "Nos han abandonado, no interesamos a nadie" son casi una coletillla, pero esto, más allá de los problemas que efectivamente existen, es una forma de victimismo que no resuelve nada...
Sí, existe esa inercia. Han encontrado un Leviatán, una causa para todos sus males, pero esto es terrible para cualquier movimiento vindicativo, porque ya tienes un culpable a mano y eso elimina toda autocrítica, elimina toda reflexión y por tanto la posibilidad de cambio. La culpa es del Estado que te ningunea. Esto se puede expresar de forma más o menos sofisticada, hasta llegar a utilizar términos conspiranoicos. Por ejemplo, ahora ya están hablando de "la España vaciada". Y esto, ¿qué quiere decir? ¿Que un día se reunieron en una habitación un grupo de hombres de negro y, en orden a un plan preconcebido, dijeron: vamos a vaciar todo esto de campesinos? Eso ha generado un victimismo muy poderoso que ha lastrado la negociación política y la solución para algunos problemas muy básicos que tienen que ver con los servicios públicos y que, por justicia, han de ser necesariamente resueltos.