La Edad Media constituye el período histórico que se extiende desde la caída del imperio romano (476 d.J.C.) hasta la toma de Constantinopla por los turcos (29 de mayo de 1453). Esta rápida definición incluye en sí misma cuán específico y, también, cuán inexacto es su nombre. En efecto, los intelectuales renacentistas se encargaron de dar a casi un milenio de historia tan desafortunado nombre, haciendo referencia a que era un período situado entre el esplendor de las culturas clásicas y el nuevo período que las tomaba como inspiración. El Renacimiento dejaba a la Edad Media como un período oscuro.
Pero, más allá de motivaciones ideológicas, las fechas que comprenden el amanecer y ocaso de esta época hacen referencia a acontecimientos puramente europeos o, si se quiere, euroasiáticos, en cuanto que tanto la caída de Roma como la de Constantinopla tuvo como artífices a hombres venidos del Este (tanto bárbaros como musulmanes) y, obviamente, ambos momentos tuvieron una importante repercusión en ambos continentes.
Es por ello que nadie entiende la existencia de una Edad Media en la América precolombina, ni en los países de la actual Oceanía o en el África negra. En este último caso, su contacto con el medievo radica únicamente en aquellas regiones islámicas que estuvieron en convivencia o conflicto con los países donde se dio la Edad Media tal y como la concebimos.
El medievo, como tal, es un momento histórico euroasiático, mientras que las otras culturas se mantenían aisladas, a su propio ritmo, hasta la llegada de descubridores y conquistadores. De hecho, sólo a partir de la llegada de los descubridores podemos conocer con cierta precisión la historia de estos pueblos, y en muchas ocasiones, desgraciadamente, la historia de su final o su corrupción, pues la llegada del hombre blanco, inevitablemente, alteraba el natural desarrollo de las culturas autóctonas. Es gracias a la arqueología que un buen número de datos sobre aquellos pueblos ven de nuevo la luz para, en más de una ocasión, sorprendernos de mil maneras, bien por su refinamiento artístico, bien por su grado de desarrollo técnico-científico, o en cualquier aspecto que pueda resultar fundamental para el feliz desarrollo de una civilización.
Si hacemos referencia al mundo en la Edad Media, la arqueología es más necesaria conforme nos alejamos del contexto euroasiático. En efecto, la cultura del medievo nos dejó un buen número de datos recogidos de diversas maneras: en su arquitectura, sus manuscritos, sus artes... Pero las culturas más alejadas, en grados de desarrollo más primitivos que el medieval, sufrieron una degradación en cierto modo comparable al de las ruinas que hoy conservamos de las culturas clásicas. En resumen, la arqueología resulta fundamental no sólo para comprender épocas alejadas en el tiempo, sino también en el espacio.
Es por ello que el recorrido que ahora se inicia por el mundo entre los siglos IX y XIII d. J. C. se realizará desde los países más remotos para, posteriormente, ir aproximándonos a Europa y Asia. Por desgracia, la ingente cantidad de culturas que poblaron ya por aquel entonces el globo harían necesario un trabajo que se alejaría de nuestro propósito, que no es otro que ofrecer una visión ilustrativa y, por tanto general, de los pueblos de aquellos siglos, haremos referencia únicamente a las culturas más importantes y representativas.
Autor: Alfonso Boix Jovaní