Luis Alberto de Cuenca: el Cid que de verdad importa es el de la leyenda
Alberto Luque Cortina
Poeta, filólogo, editor... son algunas de las facetas de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Autor de numerosos poemarios y ensayos, en 1985 ganó el Premio Nacional de la Crítica por su poemario La caja de Plata, y el Nacional de Traducción en 1987 por su versión del Cantar de Valtario, texto latino del siglo X. Ha sido director de la Biblioteca Nacional y Secretario de Estado de Cultura. Durante su etapa como director de la Biblioteca Nacional llegó a afirmar que el Cantar del Cid era la obra más relevante y emblemática entre las más de quince millones de ejemplares que conserva. Con él hablamos del Cid y de la obra que lo catapultó a la fama: El Cantar de mio Cid.
Un hombre es acusado de un delito que no ha cometido? Parece el argumento de El fugitivo, pero no, se trata del Cantar de Mío Cid. Se ve que nos gustan las mismas historias contadas de distinta forma. ¿Por qué el Cantar ha sobrevivido hasta nuestros días y otras historias parecidas no?
El mundo, y la literatura forma parte de él, se rige por el azar. La diosa Fortuna quiso preservar el códice de Per Abbat. Lo mismo hubiese podido hacer con otros cantares de gesta medievales que nos consta que existieron alguna vez, pero no lo hizo. Por lo demás, tuvimos mucha suerte, porque el Cantar del Cid es una pieza épica de primer orden, una de las más bellas del Volksepos universal.
Hay en el Cantar una buena dosis de sabiduría popular concentrada a veces en un par de versos, como el famoso y siempre vigente "Dios qué buen vasallo si hubiese buen señor". A estas alturas, ¿qué podemos aprender de la lectura del Cantar?
¡Podemos aprender tantas cosas de la lectura del Cantar! Está acribillado de valores morales, y eso es muy importante en una época que ha prescindido de las escalas axiológicas comme il faut y se acomoda de forma odiosa a las plantillas de la political correctness. El Cid es el prototipo del héroe de entonces y de ahora, de todos los tiempos, y constituye un formidable modelo a imitar.
Desde su experiencia lectora, ¿cuál es su pasaje preferido?
El comienzo de lo conservado me sobrecoge, así como el encuentro con la niña (que tanto emocionaba a Manuel Machado). La escena del robledal de Corpes es también imborrable para mí.
La figura del Cid arrastra para algunos la losa del franquismo, sin embargo no debe olvidarse que escritores que tras la Guerra Civil sufrieron el exilio, como María Teresa León o Max Aub, defendieron el valor del mito literario...
El mito es un discurso fundacional y, como tal, prescinde de etiquetas ideológicas. El Cid no es de derechas ni de izquierdas, entre otras cosas porque esos conceptos se acuñaron siglos después. No tiene nada que ver con el franquismo ni con la progresía. Está más allá de esas convenciones estúpidas.
Si el Cid regresara de su tumba le sorprendería la permanencia de su nombre 900 años después: disfrutaría con el Cantar, los romances y las numerosas biografías; le costaría reconocerse en las estatuas erigidas en su memoria (en España o en el extranjero), y sin duda le llamaría la atención que su nombre sirviera de reclamo lo mismo para una marca de lejía que para un hotel en México DF. Sin embargo, los tiempos están cambiando: ¿tenemos Cid para rato o estamos ante el fin de los viejos mitos?
Los mitos nunca mueren. Son eternos. Los siglos irán interpretándolo de una forma o de otra, pero su base permanecerá. Tenemos Rodrigo Díaz de Vivar para rato.
¿Cree que la polémica compra de la espada Tizona en 2007, aún no zanjada, es una consecuencia más de la confusión entre el Cid histórico y el legendario?
No voy a entrar en ese tema, porque no lo conozco bien. Pero sí me gustaría decir que el Cid que de verdad importa es el de la leyenda y que la figura histórica de donde deriva ese Cid mítico es, para mí, claramente secundaria.
La Alta Edad Media hispánica es apasionante pero poco conocida. De aquel periodo sólo el Cid ha logrado traspasar nuestras fronteras. ¿Hemos vendido mal nuestra Historia?
Los españoles vendemos fatal todo. Somos unos pésimos comerciantes y eso está muy mal. Tendríamos que cambiar y asumir de una vez por todas nuestra Historia, que reinterpretamos a gusto de cada hermeneuta y no desde una perspectiva objetiva, serena, desapasionada. Solo ubicándonos en ese punto de vista seremos capaces de vender nuestra Historia como es debido.