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Anguita (Guadalajara)

  • Anguita, Guadalajara
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Se van Henares arriba a toda velocidad, 

cruzan por la Alcarria y siguen adelante, 
por las cuevas de Anguita ellos pasando van.
Versos 542 y ss. CMC

El pasado musulmán de Anguita se materializa en la atalaya que se alza sobre la ladera, bajo la cual discurre por una pequeña y bonita hoz el rí­­o Tajuña. La Anguita musulmana corrió la misma suerte que buena parte de los pueblos actuales de la provincia de Guadalajara, pasando de modo temporal a formar parte del reino de Alfonso VI, en el siglo XI, hasta su incorporación definitiva al reino castellano, en el siglo XII.

La atalaya o torre de vigilancia musulmana formarí­­a parte de una red de vigilancia de la zona (Torremocha, Luzón, Riba de Saelices, etc.), paso estratégico entre Molina de Aragón y Medinaceli. Precisamente Anguita estuvo, durante buena parte de su historia medieval, y hasta el siglo XIX, bajo la influencia del ducado de esta localidad soriana. Primero dentro del Común de la Villa y Tierra de Medinaceli, por cuyos fueros se rige, y después formando parte, ya en el siglo XIV, del Condado, y posteriormente Ducado, de Medinaceli.

En la literatura, Anguita ha quedado inmortalizada gracias al Cantar de mio Cid. Tras tomar el Cid la localidad de Castejón de Henares (Guadalajara), y una vez  Álvar Fáñez regresa de su algarada por el valle del Henares con ví­­veres y riquezas, el Cid decide encaminarse a las tierras de la taifa de Zaragoza, temeroso de que las tropas de Alfonso VI acudan en en defensa de estos territorios, pertenecientes a la taifa de Toledo pero sometidos de facto al rey castellano. Sin duda, el poeta del Cantar conocí­­a esta localidad o habí­­a oí­­do hablar de ella, pues cita las cuevas de Anguita, situadas en las paredes de la hoz.

 

Qué ver y hacer en Anguita

Anguita es una población tranquila que suele despertar favorables impresiones en el viajero, posiblemente motivadas por la pequeña hoz en la que parcialmente se asienta y el paso del rí­­o Tajuña, que generan un pequeño microclima. Precisamente el emplazamiento de Anguita propició su poblamiento desde la antigüedad, como confirman algunos castros celtí­­beros en Anguita y sus alrededores, o el puente romano situado en su término municipal, en el Prado de Aguilar, y que tal vez formara parte de la red de comunicaciones de la calzada Arse / Saguntum - Celtiberia. En todo caso el origen de la población actual sigue siendo un misterio, ya que entre sus raí­­ces toponí­­micas se barajan el latí­­n, el árabe, y el vasco.

La huella musulmana más significativa es su torre o atalaya islámica, conocida como la Torre de la Cigüeña, emblema de la localidad, de la que actualmente sólo queda la pared sur; esbelta, de unos 18 metros de altura, y una anchura en la base de casi dos metros. Posiblemente su origen se remonte al siglo X, aunque algunos estudiosos la sitúan a mediados del siglo XI o principios del XII.

La subida a la atalaya permitirá al viajero contemplar la pequeña hoz de Anguita y, en el camino, pasear por sus estrechas y, por lo general, silenciosas calles, que conforman un agradable entorno urbano. Aunque la mamposterí­­a predomina en Anguita pueden verse algunos ejemplos de sillerí­­a en las casonas y palacetes de la pequeña Plaza Mayor, una de ellas hoy Ayuntamiento, en cuyo interior se firmó, en el año 1813, el Acta de Constitución de la Primera Diputación Provincial de Guadalajara, hecho significativo si se tiene en cuenta que, prácticamente hasta esa fecha, Anguita habí­­a pertenecido a la soriana Medinaceli.

Llamativa es también la espadaña de la ermita de la Virgen de la Lastra, situada en la parte alta del pueblo. Su apariencia es de iglesia parroquial, pero no es así­­: en origen templo románico, fue ampliada en los siglos XVII y XVIII. El impulso constructivo, en buena medida obra de Don Melchor del Pesso Torres y su mujer, Beatriz Flórez, concuerda con el auge económico de la localidad. Curiosamente la ampliación de la ermita llevarí­­a con el tiempo al abandono de la iglesia parroquial de Anguita.

Como curiosidad, en su interior puede verse uno de los dos órganos fabricados por Francisco Martí­­nez Resa, un famoso organero del siglo XVIII; el otro se hallarí­­a en Vadillo (Soria). Mucho más pequeña, y acorde con su función, es la ermita de la Soledad (siglos XVI y XVII) a la entrada del pueblo.

Desde la ermita nos dirigimos a la hoz, excavada en sus tratos paleozoicos de pizarras y cuarcitas, donde suele detectarse una ligera bajada de la temperatura y un aumento de la humedad. A la entrada nos encontramos con la iglesia de San Pedro, claramente identificada por la mitra de su fachada, sobre la portada. En realidad esta no es la portada original de la iglesia. Al parecer el templo original era de estilo románico tardí­­o, ya de transición al gótico. En todo caso se sabe que la iglesia ya existí­­a a finales del siglo XII, por un documento fechado en 1197 donde se solicitan fondos para la construcción de la catedral de Sigüenza.

La iglesia debió de sufrir importantes modificaciones en el siglo XIII, como la crucerí­­a o la puerta de entrada, apuntada, hoy situada en un lateral. Posteriormente cayó en desuso y, a mitad del siglo XX, en ruina. A partir de 1991 y gracias en buena medida al entusiasmo y el esfuerzo del párroco y de sus vecinos, la iglesia se ha recuperado, restaurándose parte de su patrimonio histórico artí­­stico, que de otra forma habrí­­a desaparecido con el paso del tiempo bajo los escombros.

Junto a la iglesia y a ambos lados, el viajero podrá ver varias cuevas. Son estas las citadas en el Cantar; presumiblemente las que se hallan a la derecha, bajo la torre, hoy anegadas por la tierra y la vegetación, pero posiblemente en tiempos lugares de acogida y resguardo de hombres y grandes rebaños, y quizá, al menos en la imaginación del poeta anónimo del Cantar, de las propias mesnadas del Cid.

 

Información práctica

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