El autor, o autores, del Cantar de mío Cid
Como he avanzado, el argumento del Cantar se basa en la vida real de Rodrigo Díaz, llamado el Campeador (‘el Batallador’) y más tarde El Cid o Mio Cid (título de respeto adaptado del árabe andalusí Sídi, ‘Mi señor’).
Como puede advertirse, el Cantar de mio Cid ofrece una versión de los años finales del Cid que arranca del primer destierro, pero es bastante más fiel en líneas generales a lo sucedido a partir de 1089, siempre con mucha libertad de detalle. Además, todo lo relativo a los matrimonios entre las hijas del Cid y los infantes de Carrión (que seguramente nunca existieron) es claramente ficticio.
La proporción de historia y poesía ha sido un importante argumento en los intensos debates sobre la identidad del autor del Cantar y su fecha exacta de composición.
Las dos posturas más alejadas vienen representadas por Ramón Menéndez Pidal y Colin Smith. El primero consideraba que el Cantar era obra de un juglar de Medinaceli (localidad castellana entonces cercana a la frontera con los reinos musulmanes), realizada en estilo tradicional, de tipo básicamente popular, muy fiel a los hechos históricos y compuesta alrededor de 1140, menos de medio siglo después de la muerte del Cid. Más tarde, basándose en algunos aspectos estilísticos y en datos que, a su juicio, parecían corresponder a dos épocas distintas, sostuvo la hipótesis de una obra compuesta por dos juglares. El primero, ligado a San Esteban de Gormaz (una localidad cercana a la anterior), habría escrito en torno a 1110 y sería el responsable de los elementos más históricos del poema; el segundo, vinculado a Medinaceli, habría amplificado el poema con los rasgos más novelescos, hacia 1140. Sus teorías sobre el tipo de autor, aunque no siempre sobre la fecha, han sido mantenidas por los estudiosos de la línea oralista, como Joseph Duggan, quien defiende que el poema fue improvisado por un juglar para ser inmediatamente copiado al dictado, texto que sería el origen de la versión conservada.
En el otro polo se sitúa la interpretación de Colin Smith, quien defendía que el colofón del manuscrito del Cantar de mio Cid transmitía tanto su fecha de composición, 1207, como el nombre de su autor, Per Abbat, al que identificó con un abogado burgalés en ejercicio a principios del siglo XIII. Su autor sería, pues, un culto jurisperito, que conocería la vida del Cid a través de documentos de archivo y cuya obra no sólo no debería nada al estilo tradicional, sino que sería el primer poema épico castellano, una innovación literaria inspirada en las chansons de geste francesas y en fuentes latinas clásicas y medievales.
En sus últimos trabajos, Smith matizó algo estas posturas, reconociendo que Per Abbat era probablemente el copista y no el autor del poema, el cual sería, de todos modos, un hombre culto y entendido en leyes, que compuso su obra cerca de 1207 y que posiblemente no inventó el género épico castellano, aunque sí lo renovó profundamente. Aunque su identificación del autor apenas cuenta hoy con partidarios, la crítica admite en general su datación tardía del poema, estando también bastante extendida su visión de un poeta culto que compuso su obra por escrito.
Ninguna de las propuestas para localizar al autor realizadas hasta ahora posee fundamentos sólidos. Como ya he explicado, el colofón del códice único es una típica suscripción de copista, no de autor, por lo cual resulta infundado considerar a Per Abbat como el creador del texto, mientras que la fecha de su copia (mayo de 1207) sólo sirve como límite más reciente para la redacción del Cantar de mio Cid.
En cuanto a las teorías de Menéndez Pidal, se basan en la creencia de que el mayor detalle geográfico en las áreas de San Esteban de Gormaz y de Medinaceli (en la actual provincia de Soria) se debe a la procedencia del autor, que mostraría así tanto su mejor conocimiento de la zona, como su amor hacia su tierra. Sin embargo, esto no es necesariamente exacto, puesto que un autor de otro origen podría haber empleado igual grado de detalle por consideraciones literarias o de otra índole. A cambio, el poema ofrece igual grado de detalle toponímico en otras áreas, por ejemplo la comarca de Calatayud o la cuenca del Jiloca, lo que contradice tales conclusiones.
Lo único que apunta en una dirección concreta a este respecto es la sujeción de diversos aspectos del Cantar de mio Cid (que luego se verán) a las leyes de la frontera, en particular el Fuero de Cuenca (compuesto en torno a 1189-1193). Ello hace pensar en un autor procedente del límite sudeste de Castilla, que en esa época se extendía aproximadamente desde Toledo a Cuenca. En particular, dada la relevancia de Álvar Fáñez en el Cantar, podría pensarse en la comarca de La Alcarria (en la actual provincia de Guadalajara), donde se asienta la localidad de Zorita de los Canes, de la que dicho personaje fue gobernador entre 1097 y 1117, como se recuerda anacrónicamente en el verso 735 del poema, y que además se regía (aunque en fechas posteriores) por una adaptación del Fuero de Cuenca.
Esa zona, conocida a mediados del siglo XII como “la tierra de Álvar Fáñez” y cuya toponimia también es recogida con detalle, es el escenario de la primera campaña del Cid al salir del destierro, la cual parece basarse en una expedición histórica. Ahora bien, mientras el héroe toma Castejón, la incursión que llega más al sur la dirige precisamente Álvar Fáñez; unos sucesos ficticios que, no obstante, podrían hacerse eco del papel históricamente desempeñado por don Álvaro en esa zona, sin vinculación alguna con los hechos del Campeador.
En cuanto a la existencia de sucesivas refundiciones o reelaboraciones del texto, ha sido defendida también por otros estudiosos (como Horrent). Esta postura supone la paulatina evolución de la obra desde una versión primitiva más corta y cercana a los hechos hasta la redacción transmitida por el códice único. Sin embargo, el poema conservado no da la impresión de un texto formado por la adición de sucesivas partes ni por la agrupación más o menos habilidosa de varios textos preexistentes. Antes bien, el Cantar de mio Cid posee una esencial homogeneidad de argumento, de estilo y de propósito que no apoya dicha hipótesis. En suma, todo apunta a una unidad de creación por parte de un solo autor, conocedor sin duda del estilo épico tradicional, pero también del de la épica francesa del momento. El poeta parece poseer, además, un buen conocimiento de las leyes coetáneas y, al menos, cierta cultura latina.
La fecha de composición del Cantar
Respecto de la datación, el único argumento de cierto peso que permite pensar en los alrededores de 1140, como pensaba Menéndez Pidal, es la alusión contenida en un texto en latín de 1147-1149, el Poema de Almería, quien se refiere así al héroe: “Ipse Rodericus, Meo Cidi sepe vocatus, / de quo cantatur quod ab hostibus haud superatur” (“El mismísimo Rodrigo, llamado usualmente Mio Cid, / de quien se canta que no fue vencido por los enemigos”, vv. 233-234).
Esta alusión a un canto sobre el héroe parece garantizar que el Cantar de mio Cid ya estaba compuesto para esas fechas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la Edad Media esa expresión podía significar solamente que “es fama que nunca fue vencido”. En todo caso, si los datos internos del Cantar conducen a una datación posterior, esa mención podría aludir a un poema anterior sobre el héroe, quizá incluso una fuente del poema conservado, pero no a éste. Y así es como sucede.
Hay, en efecto, abundantes aspectos que permiten retrasar la composición del Cantar de mio Cid a finales del siglo XII. Una parte de ellos se vinculan a la recepción de la nueva cultura caballeresca que llega de Francia a fines de siglo, y que abarca tanto aspectos de cultura material como de mentalidad. A la primera categoría corresponde el uso de lo que podríamos llamar las galas caballerescas, cuya finalidad, no obstante, desborda lo suntuario para adquirir una plena dimensión emblemática y simbólica. Sucede así con las sobrevestes o sobreseñales que los caballeros llevaban sobre la loriga de cota de malla y con las coberturas o gualdrapas con que revestían a sus caballos. Ambas innovaciones de la indumentaria caballeresca se documenta por primera vez en un sello de 1186 de Alfonso II de Aragón.
Lo mismo ocurre con las armas de señal o emblemas heráldicos, de nuevo una práctica de origen ultrapirenaico que en el ámbito hispánico quedó restringida a la realeza y a los grandes magnates hasta pleno siglo XIII, razón por la cual el Cantar atribuye su uso únicamente al obispo don Jerónimo, de origen francés.
En cuanto a la nueva mentalidad caballeresca, se traduce en uno de los epítetos con que se celebra al Cid en el poema. “el que en buen ora cinxo espada”, es decir, “el que fue armado caballero en un momento propicio”, bajo buenos auspicios astrológicos.
Igualmente, otros aspectos, como la atención prestada a las damas castellanas presentes en Valencia durante la batalla contra el rey Yúcef de Marruecos revela la recepción del nuevo concepto de cortesía, ajeno a la épica anterior.
A una cronología semejante corresponde parte del vocabulario institucional del Cantar de mio Cid; en especial, dos palabras clave para describir la sociedad reflejada en el poema y sus conflictos y tensiones internas, hidalgo y ricohombre, sólo se registran en 1177 y poco antes de 1194, respectivamente. También triunfa en ese momento la concepción del monarca como señor natural, es decir, como soberano directo y general de todos los naturales o vecinos de un reino, independientemente de los vínculos vasalláticos, idea que justifica la leal actitud del Cid en el destierro, cuando ya no es vasallo del rey Alfonso.
Otro aspecto importante es el comportamiento del héroe con los moros vencidos. En el Cantar no hay espíritu de cruzada, sujeto a la dicotomía de conversión o muerte, sino que se combate con los musulmanes por razones prácticas: por pura supervivencia y, a la larga, como forma de enriquecimiento. Por ello, el enfrentamiento religioso, aunque presente en el poema, es un factor muy secundario. Refleja esta actitud que en el poema se diferencie netamente entre los invasores norteafricanos de los siglos XI y XII y los musulmanes andalusíes. Los primeros son objeto de total hostilidad, pero a los segundos se los trata mejor, hasta el punto de permitirles vivir junto a los cristianos como moros de paz (moros sometidos por una capitulación o tratado de paz).
Esta figura había surgido a finales del siglo XI, pero las citadas invasiones de tribus marroquíes (almorávides en 1093 y almohades en 1146) hicieron que los cristianos prefiriesen expulsar a toda la población musulmana de las zonas que conquistaban. Solamente a finales del siglo XII se recupera esa postura de mayor tolerancia, que es la reflejada en el poema, y se admite la existencia de comunidades de mudéjares o musulmanes sometidos al poder cristiano.
Ese cambio de actitud coincide con una importante renovación del derecho castellano, que alcanzará su culminación en la promulgación de los fueros de extremadura o leyes de la frontera en la última década del siglo XII y en la compilación del derecho nobiliario en el Fuero Viejo de Castilla, cuya redacción primitiva data de principios del siglo XIII. Es a esta legislación a la que el Cantar de mio Cid se atiene en asuntos tan importantes como las relaciones con el rey, la organización de la hueste, el reparto del botín o el desafío entre nobles. En suma, se advierte que no se trata de elementos aislados que pudieran deberse a una interpolación, sino del andamiaje mismo que sostiene el Cantar en todos sus niveles y que, al margen de posibles antecedentes en forma poética, conducen a fecharlo sin apenas dudas en torno a 1200.
Las fuentes del poeta que escribió el Cantar
En cuanto a los datos históricos sobre su héroe que poseía el poeta un siglo después de la muerte del Cid, es difícil determinar con precisión qué fuentes le proporcionaron la información empleada. Básicamente, la crítica ha apuntado en las siguientes direcciones: uno o más poemas épicos preexistentes sobre el Cid, que arrancarían de su misma época y partirían de la observación directa de sus hazañas; documentos históricos relativos al mismo (como los que hoy se conservan en la Catedral de Burgos y en el Museo Diocesano de Salamanca, uno de los cuales contiene la firma autógrafa de Rodrigo) y, en fin, la Historia Roderici, una biografía latina bastante completa escrita hacia 1185.
La primera posibilidad tiene en su contra la falta de testimonios de ese tipo de cantares noticieros, a falta de los cuales cabe pensar en que el propio Cantar de mio Cid se formase por la evolución de un poema primitivo más cercano a los hechos; pero, como ya se ha visto, el texto conservado no apoya tal opción. Aun así, no puede negarse de plano la posible existencia de algún cantar previo sobre el Cid, como el que parece citarse en el ya mencionado Poema de Almería.
La segunda opción plantea un problema parecido, pues los diplomas conservados y, en general, la documentación medieval carece del tipo de datos necesarios para elaborar el argumento de un poema épico. No obstante, la inclusión como personajes de algunas figuras históricas coetáneas del Cid, pero que nada tuvieron que ver con éste, hace sospechar que, al menos como fuente secundaria, el poeta se valió de documentos históricos.
La tercera alternativa resulta mucho más viable y, de hecho, hay notables coincidencias entre la Historia Roderici y el Cantar de mio Cid, sobre todo en la parte relativa a la conquista de Valencia. La principal objeción a esta hipótesis es que el poema silencia por completo el período que el Cid pasó a las órdenes de los reyes moros de Zaragoza, que, en cambio, es tratado en detalle por la biografía latina. Ahora bien, sucede lo mismo en otros dos textos que se basan también en la Historia Roderici y que seleccionan de modo parecido la información que ésta contiene. Se trata del Linaje de Rodrigo Díaz, una genealogía navarra del Cid acompañada de un resumen biográfico, y del Carmen Campidoctoris, un panegírico latino que enumera las principales batallas del héroe.
Dado que estas dos composiciones datan de fechas parecidas (hacia 1094), todo apunta a que en la última década del siglo XII se extiende la visión del Cid como un héroe siempre opuesto a los musulmanes, lo que lleva a omitir cualquier referencia a los servicios prestados en Zaragoza. Por otra parte, algunas noticias orales relativas a los tiempos de Rodrigo fueron aún recogidas por los colaboradores de Alfonso X el Sabio cuando reunían los materiales para su Estoria de España en torno a 1270.
Con más razón, el autor del Cantar de mio Cid pudo conocer, casi un siglo antes, diversos datos y anécdotas por dicha vía. A ello hay que añadir, por supuesto, la libre invención del poeta, que opera tanto sobre el conjunto como sobre los detalles. En suma, parece que el poeta épico se basó probablemente en la Historia Roderici y en otros datos de diversa procedencia, sobre todo de la historia oral, pero también en documentos y quizá en algún cantar de gesta anterior sobre el mismo héroe; materiales que reelaboró libremente y completó con su propia inventiva.
Pueden ilustrar esta forma de operar algunos ejemplos. La primera campaña que el Cid desarrolla al salir de Castilla tiene como escenario el reino moro de Toledo y, en particular, la cuenca del río Henares. Ése fue, aproximadamente, el escenario de la operación bélica no autorizada que ocasionó el exilio histórico de Rodrigo Díaz. Parece, pues, que el autor del Cantar de mio Cid ha trasladado los hechos históricos a un momento posterior. Con ello obtenía dos ventajas: dejar como única causa del destierro las calumnias vertidas contra su héroe y volver a su favor unos sucesos que históricamente le habían perjudicado.
Más adelante, cuando el Cid desarrolla la campaña del Jiloca, acampa en un montículo al que, por dicha causa “El Poyo de mio Cid así•l’ dirán por carta” (v. 904). Seguramente tal denominación (históricamente documentada) no debe nada a las andanzas del héroe, pero el poeta (o quizá las tradiciones locales en las que se basó) no podían dejar de relacionar el nombre de dicho monte con el del célebre guerrero castellano.
En fin, la acción del Cantar de mio Cid podía haber concluido perfectamente con la concesión al héroe del perdón real, tras la conquista de Valencia. Sin embargo, el poeta ha preferido prolongarla con un argumento ficticio que servía tanto para desarrollar una trama más novelesca, como para culminar el proceso de exaltación de su héroe, hasta llegar a los matrimonios regios de sus hijas, que reflejan, a su vez, una versión legendaria de los auténticos enlaces de las mismas.
El resultado de esta creativa combinación de materiales previos e inventados es la composición de un poema argumentalmente bien trabado en torno a dos núcleos temáticos: la reconciliación entre el Cid y el rey y la reparación de la deshonra de sus hijas a manos de los infantes de Carrión.
2007, 800 Años del Cantar de mío Cid
Así las cosas, ¿por qué se eligió el año 1207 para como fecha de celebración del octavo centenario del Cantar de mio Cid? La duda es bien legítima, pues el mero hecho de corresponder al modelo perdido del códice conservado no parece ser razón suficiente para justificar tal efemérides. La fecha de 1207, no obstante, es importante por dos razones. Por una parte, porque es bastante probable que sea la primera vez que se puso por escrito.
Esta posibilidad se funda en dos argumentos: por un lado, hay diversos aspectos del texto que inducen a pensar que el Cantar circuló de forma oral, memorizado por los especialistas medievales en la transmisión y ejecución de textos épicos, los juglares; por otro, que sólo desde finales del siglo XII se advierte una voluntad deliberada de escribir la lengua romance como tal, sin intentar disfrazarla (por así decir) de latín. Cabe, pues, pensar que el Cantar de mio Cid, como otras obras del período, se compuso de memoria y no por escrito (posibilidad que al lector actual puede parecerle inverosímil, pero que no lo era en una edad predominantemente analfabeta), y que sólo se puso por escrito, a partir del dictado de un juglar, a principios del siglo XIII, cuando ya se había asentado la costumbre de escribir en las lenguas vernáculas a título propio.
El otro argumento es menos hipotético, aunque se vincula de manera menos estrecha al año concreto de 1207. Se trata del marco sociopolítico y cultural al que puede adscribirse el Cantar, que a grandes rasgos es el que corresponde al reinado de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214). Como podremos ver más adelante, el poema presenta un cúmulo de aspectos que son por una parte indisociables de dicho marco y por otra consustanciales a la entraña misma del Cantar y que, por lo tanto, no pueden proceder de retoques concretos, ni siquiera de la reescritura parcial de algunos episodios, sino que han de ser elementos originarios del mismo.
En consecuencia, ha de admitirse que el Cantar de mio Cid se compuso en fechas muy cercanas a las del modelo perdido del códice único, es decir, al filo de 1200. Por ello, más allá de la casualidad de que conozcamos por una subscriptio copiata la existencia de ese códice perdido, el año de 1207 puede muy bien servir de fecha emblemática para la conmemoración de este primer clásico de la literatura española.
Autor: Alberto Montaner Frutos
Rev. ALC: 11.06.19