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Junto al Jiloca

Junto al Jiloca / Gontzal Largo

Textos y fotografías: Gontzal Largo

Junto al Jiloca / Gontzal LargoJunto al Jiloca / Gontzal Largo

De Calatayud a Monreal del Campo. Otra Vez en Bicicleta. En Invierno. Pasando por Gallocanta. Viendo grullas. Viendo Vías de Tren Abandonadas. Viendo Frío y Silencio.

Calatayud al anochecer desde la MoreraCalatayud al anochecer desde la MoreraCalatayud viste calima y el pueblo se ve a través de esa media con la que, decían, se enfundaba el objetivo de las cámaras cuando desfilaba ante ellas Sara Montiel. Asciendo hasta el antiguo barrio de la Morería para ver el atardecer y tratar de comprender la geografía del lugar. No es fácil: a pie de calle, Calatayud es indescifrable para quien lo visita por primera vez. Desde las alturas la sensación es otra y la maraña de castillos (Calatayud tiene cinco), torres mudéjares y peñas comienza a cobrar sentido.


Peluquera tradicional en la plaza de EspaaPeluquera tradicional en la plaza de EspaaLa plaza de España de Calatayud resiste al ataque de cartelería comercial moderna. Se ven reclamos publicitarios en plástico, vinilo y con diseños novedosos pero todavía pueden contarse tres rótulos antiguos, en madera, pintados a mano con precisión caligráfica: pertenecen a dos bares –’vinos y licores’ se presenta uno de ellos- y a una peluquería a cuya puerta me asomo. 

 

Choperas junto al ro JilocaChoperas junto al ro JilocaEl valle del Jiloca tiene mérito. Se trata de un corredor verde y fértil achuchado, desde el este, por unas colinas de puro desierto aragonés. Sobre éstas, guijarros y arbustos amojamados. En el valle, todo lo contrario: árboles frutales, huertas y choperas que beben directamente del río y sus afluentes. Durante varios tramos evito la carretera y tomo las pistas que dan servicio a los vehículos agrícolas, aunque ello suponga alejarse de la vida misma, las casas cuartel, las tiendas de ultramarinos, los bares y los vecinos que toman vitamina D en una silla junto a la puerta de sus casas. 

 

Camposanto de Velilla de JilocaCamposanto de Velilla de JilocaEl cementerio de Velilla de Jiloca está, claro, razonablemente alejado del pueblo. También, una colina lo separa casi totalmente de éste, contribuyendo a su desamparo. El camposanto, que se ve perfectamente desde la carretera, parece no tener dueño. En el verano de 2015 se excavaron unas tierras aledañas a éste para rescatar los restos de dos fusilados en la Guerra Civil. Se consiguió identificar a uno de los cuerpos mediante pruebas de ADN (su hija todavía vivía, sus nietos promovieron la búsqueda) pero del otro se desconoce todo. Junto al lugar, una placa muestra los datos antropológicos de esta persona anónima con la esperanza de que, algún día, un familiar reclame esa parcela de su pasado.

 

Dios tiroteado en la iglesia de las Santas Justa y RufinaDios tiroteado en la iglesia de las Santas Justa y RufinaLa iglesia de las Santas Justa y Rufina sufre los mismos males que otros tantos templos del valle: la economía de medios de su construcción –ladrillo, yeso, adobe…- están pasando factura en muchas de sus partes que se derritem como azucarillos. La Guerra Civil pegó muy fuerte en todo el valle del Jiloca y la clave de bóveda en la portada del templo parece recordarlo: el Dios padre con una bola del mundo en su mano tiene decenas de pequeños desconchones, fruto de una lluvia de plomo. Un vecino confirma lo de los tiros pero no su origen: “¿De la Guerra Civil? Puede. Siempre han estado ahí”.

 

Antiguo puente de hierro del ferrocarril Calatayud-TeruelAntiguo puente de hierro del ferrocarril Calatayud-TeruelEn Villafeliche pregunto por el estado de la antigua vía del tren y por la posibilidad de seguir pedaleando junto al Jiloca para evitar la carretera N-234 y el ascenso del puerto. Me dicen que con esa bici –una de montaña puedo avanzar sin problema y que me ahorraré unas cuestas. Las vías, ya muertas, pertenecieron al Ferrocarril Central de Aragón que unía Calatayud con Teruel. Se inauguró en 1901 y falleció en 1987, aunque, como otros tantos trenes, había sido sentenciado a muerte mucho antes. El desvío merece la pena no sólo por acompañar el murmullo del Jiloca y los frutales que se benefician de sus aguas, sino por explorar los túneles y el puente de hierro, ahora cadavéricos, que el tren dejó a su paso.

Cultivos de camino a San Martn del ValCultivos de camino a San Martn del ValAbandono Daroca y enfilo las primeras rampas del puerto de Santed que me transportará desde el valle del río Jiloca hasta el altiplano –qué exótica, qué fantástica suena esa palabra- en el que se encuentra la laguna de Gallocanta. El ascenso es cómodo, con pendientes razonables y un paisaje con suficientes estímulos para mantener la moral alta. Apenas hay tráfico –me habían avisado que en fechas concretas la cosa puede complicarse- por lo que la subida hasta San Martín del Val se convierte en un trámite ‘zen’ de pedaleo suave. 

 

Para de autobs de GallocantaPara de autobs de GallocantaLa A-211 es la carretera que atraviesa el valle en el que se ubica la laguna de Gallocanta. En uno de sus extremos, muy cerca del desvío que conduce al pueblo homónimo se levanta una parada de autobuses del Gobierno de Aragón que da servicio a los vecinos de la zona. Solitaria, embellecida por las últimas luces del día, desafiante junto a una recta perfecta de varios kilómetros de longitud. Es inevitable pensar en Cary Grant, en ‘Con la Muerte en los Talones’ y en la posibilidad de que aparezca un avión fumigador que nos haga la vida imposible.

 

Observatorio de los Aguamares al atardecerObservatorio de los Aguamares al atardecerLlego a Gallocanta cuando el sol está a punto de desaparecer. Me lanzo sobre el observatorio más próximo al pueblo, el de los Aguanares, para ver si consigo ver alguna grulla. Mala elección. La mayoría de las aves se concentran en la parte sur. No se les ve pero se les oye gruir –ese característico cro-cro-cro, rítmico e incesante- perfectamente. La banda sonora es ideal para contemplar el baile de juncos junto al observatorio o, a lo lejos, el perfil de la Ermita del Buen Acuerdo.

 

Gallocanta a medianocheGallocanta a medianocheLa mayoría de las personas que pernoctan en el albergue son guiris europeos, fanáticos de las aves que configuran su calendario vacacional en función de los movimientos migratorios de las aves y los puntos calientes del viejo continente en los que paran éstas. Son como seguidores de una religión que reza al mirlo, peregrinan tras las huellas de la grulla y se confiesan ante un buitre leonado. Duermo en una cama del último piso, en una habitación abuhardillada con vistas a la calle a través de un ojo de buey. Cuando cae la noche, Gallocanta parece un pueblo del Lejano Oeste.

 

Pista oriental junto a la lagunaPista oriental junto a la lagunaMadrugo mucho, desayuno pronto, dejo atrás al ejército de ornitólogos que, con prismáticos y todoterrenos, se van a adentrar en la laguna para ver, seguramente, hasta la última pluma de las grullas. Sé poco de animales, sé que las grullas se asustan con facilidad y levantan el vuelo en cuanto detectan una presencia extraña. Tomo la pista de tierra bermeja que rodea la laguna por el flanco oriental y pongo rumbo a Tornos. El paisaje es sencillo y hermoso, chopos solitarios, espigas recién nacidas de cereal y, ahora sí, grullas, cientos de grullas que permanecen pegadas al suelo porque la bicicleta no es, ni de lejos, una amenaza ruidosa de la que huir cingando. De repente, una nube de grullas levanta el vuelo y empieza a desfilar ante mí como si les hubiera recompensado con una tonelada de lombrices frescas.

 

Cruce de la A-1507 con el Ferrocarril Central de AragnCruce de la A-1507 con el Ferrocarril Central de AragnDesciendo hasta Calamocha para abrazar, de nuevo, el curso del río Jiloca. Poco antes de llegar al pueblo me cruzo, otra vez, con la vía del Ferrocarril Central de Aragón. Río, vías de acero y traviesas de madera están unidos en matrimonio. Junto a la carretera, los restos de una caseta guardavías que, supongo, debió salvar unas cuantas vidas cuando los trenes subían y bajaban por la gran estepa turolense. Unos metros más adelante se encuentra la estación del pueblo, abandonada y melancólica con su reloj de fundición y una viña rebelde que trepa por su fachada.

 

Rebao de ovejas en El PoyoRebao de ovejas en El PoyoPoco antes de llegar a El Poyo del Cid debo aminorar la marcha por un contratiempo rural: un rebaño de ovejas, comandado por un pastor marroquí, ocupa todo el ancho de la carretera. Amaino y las sigo, sin prisas, sin estrés, ojalá todos los atascos fueran así, tras el culo de cien ovejas, esquivando su reguero de excrementos con forma de canica. Fantaseo con la posibilidad de avanzar varios kilómetros rodeado por el enjambre de ovejas pero salgo del sueño al llegar al Poyo, darme de bruces con la estatua del Cid y la montaña picuda en la que –los libros de Historia lo juran y perjuran- levantó Rodrigo un castillo (él sólo no, claro, le ayudaron).

 

Bocadillo de jamn de Teruel en MonrealBocadillo de jamn de Teruel en MonrealMonreal del Campo es la calma antes de la tormenta, el último gran pueblo antes de iniciar un lento ascenso (luego me percataría de que sería tortuoso) hasta Molina de Aragón. Tomo un bocadillo de jamón de la zona en el único bar que permanece abierto una vez ha pasado la hora de comer. Renuncio a un café y algo dulce porque veo que el tiempo se me echa encima. Es febrero y a las 18.30 debería estar aparcando la bici por falta de luz. Me quedan 50 kilómetros hasta Molina.

 

Pista agrcola en MonrealPista agrcola en MonrealHabía fichado la recta polvorienta en los mapas, llevaba semanas deseando recorrer esa vena pálida que salía de Monreal del Campo por el oeste y corría paralela, entre sembrados, junto a la N-211 hacia la sierra de Caldereros. Una vez allí, el paisaje no decepciona: una inmensa llanura que parecía no acabar y por la que no dejaban de cruzar plantas de barrillas (los arbustos nómadas de las películas del Oeste) impulsadas por el fuerte viento. Me cruzo con un ciclista que baja de la sierra y me compadece: me separan unos 40 kilómetros de Molina de Aragón, con viento en contra y falso llano. Toca pedalear, ensimismarse en la bici y retirar la mirada de un horizonte cruel que, a cada pedalada, parece alejarse un poco más.

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