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Convivencia y conflicto intercultural en el Cantar de mio Cid

Estatua del Cid en plan "Santiago Matamoros", en la fachada del Monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos / ALC.

 

 

Alfonso Boix Jovaní

Convivencia y conflicto intercultural en el Cantar de mio Cid

Una de las ideas más extendidas sobre el Cid Campeador es aquella que le identifica como un “asesino de moros” que, en pro de los cristianos, se convirtió en un símbolo de la Reconquista. Esta misma idea es la que ha hecho que algunos entusiastas, al saber que el Cid histórico combatió al lado de musulmanes, le consideren una especie de mercenario traidor a su fe, lo cual evidencia su relativa confusión en torno a la historia del Cid y a la realidad política y social de la época. 

Buena parte de esa imagen del Cid “Matamoros”, similar en cierto modo a la representación tradicional de Santiago, se basa principalmente en el testimonio del Cantar de mio Cid. En realidad, es una imagen falsa, un tópico, en cuanto que el famoso poema épico nos muestra justo todo lo contrario: la guerra, pero también la convivencia, con las diversas etnias que cohabitaban en España. Por desgracia, no es raro que quienes se hacen eco de ese tópico lo hagan, precisamente, porque no han leído nunca el poema dedicado al Campeador. Por ello, lo que aquí trataremos de mostrar es cómo el Cantar de mio Cid refleja, tanto por medio de su personaje central como por el contexto en que se le sitúa, la realidad social de los siglos XI y XII fundamentalmente. 

El Cid y los judíos 

Una de las etnias más importantes a nivel urbano eran los judíos, sobre todo por su función como prestamistas. Es en este sentido como nos los muestra el Cantar de mio Cid. Cuando Rodrigo parte hacia el destierro junto con sus hombres, con todos sus bienes confiscados, se ve obligado a engañar a los prestamistas burgaleses Rachel y Vidas. Para ello, y con la ayuda de su fiel Martín Antolínez, entrega a los prestamistas dos arcas cargadas de arena pero que, según cuentan a los judíos, están llenas de oro que no pueden llevarse al destierro: 


Tiene dos arcas llenas de oro puro,
ya lo veis, que el rey le ha echado, 
ha dejado sus propiedades, y casas y palacios, 
a aquéllas no las puede llevar, si no, le descubrirían. (vv. 113-116) 

Cofre del Cid en la catedral de BurgosCofre del Cid en la catedral de BurgosEl negocio se ratifica cuando los prestamistas hablan con el Cid, quien cierra el trato con Rachel y Vidas, y consigue así un préstamo de seiscientos marcos a cambio de las arcas repletas de arena. Ante semejante fraude, se ha querido ver un cierto reflejo de ideología antisemita en esta aventura, pues el Cid engaña a unos judíos. Sin embargo, esto es más bien lógico: si el Cid necesitaba dinero, no podía pedirlo a un siervo del campo, o a la gente humilde. Tenía que mantener a su hueste y pagar la manutención de su esposa e hijas, a las que iba a dejar al cuidado de los monjes de San Pedro de Cardeña. Si necesitaba dinero, tenía que ir donde hubiese dinero, y, como en los westerns del cine, un bandido –así podría considerarse al Cid que parte al destierro, por proscrito– siempre asalta bancos. En la época del Cid, el equivalente a un banco no era otro lugar que allí donde los prestamistas llevaban a cabo sus negocios, y, efectivamente, es de estos personajes de quienes consigue una importante cantidad de dinero. Por otro lado, en el poema no aparece ningún pasaje en el que figure explícitamente la devolución del préstamo por parte del Cid a los judíos, ni siquiera cuando el Campeador ya es señor de Valencia y vive rodeado de riquezas. Esto ha generado una enorme bibliografía entre la crítica especializada, y recientes estudios han indicado que, en realidad, el Cid sí habría devuelto el dinero a los judíos. En cierto momento de la narración, el brazo derecho de Rodrigo, el famoso Minaya Álvar Fáñez, promete a los judíos la devolución del préstamo: 

 

“¡Por favor, Minaya, caballero excelente! 
El Cid nos habrá deshecho, sabedlo, si no nos ayuda. 
Dejaremos la ganancia, que nos dé sólo el capital.” 
–“Yo lo hablaré con el Cid si Dios me lleva hasta allá, 
por lo que habéis hecho buen premio obtendréis”. (vv. 1432-1436) 

 

Aunque luego no aparezca la escena de dicho reembolso, no es necesario que lo haga, porque se alejaría de la trama principal –las aventuras del Campeador–, ni hay que dudar de la palabra de Minaya Álvar Fáñez, según se desprende de otras escenas del poema donde el guerrero realiza promesas similares que, se deduce, fueron cumplidas. Esto indica que el poema del Cid se preocupa de que, pese al engaño inicial a los judíos, la imagen que se dé sobre ellos no sea negativa, reparando el daño que les pudiera hacer con el engaño inicial y dejando claro que no fue un robo realizado con placer, sino porque el Cid estaba obligado por las circunstancias. 


El Cid y los musulmanes 

Este es el aspecto más conocido por el gran público con respecto al Cid: su faceta como enemigo terrible de los invasores musulmanes. Sin embargo, esta imagen no está tan clara cuando nos planteamos cómo es posible que el azote de los musulmanes fuese apodado, precisamente, como “Cid”, del árabe “Sidi”, “Señor”

Cuando marcha hacia el destierro, el Cid conquista siempre poblaciones musulmanas, que culminarán con la conquista de la gran ciudad de Valencia, sobre la que establecerá su dominio. Sus conquistas van de menos a más, pues las localidades que se rinden a su paso son cada vez más ricas e importantes, lo cual muestra además cómo el Cid va aumentando sus riquezas y poder, tanto territorial y militar como moral, por así llamarlo, pues su talla heroica crece conforme va logrando conquistar posiciones no sólo más ricas, sino también más difíciles de someter

En batalla, el Cid actúa como cualquier guerrero que se preciase: era la hora de combatir y, en esos casos, la supervivencia está en juego. Así, en estas circunstancias el Campeador demuestra su gran capacidad como estratega pero, también, la potencia combativa de sus hombres y la suya propia. Pero esto sólo sucede en el momento del choque. Tras la victoria, el Cid trata con respeto a los conquistados, hasta el punto de que, cuando abandona una localidad, los musulmanes residentes en ella le despiden con lágrimas en los ojos, deseándole que la fortuna esté de su lado

Cuando mio Cid el castillo quiso dejar 
moros y moras comenzaron a lamentarse: 
¡Te vas, mio Cid, nuestras oraciones te precedan! 
Nosotros nos quedamos muy bien, señor, de tu parte. 
Cuando dejó Alcocer mio Cid el de Vivar
los moros y las moras comenzaron a llorar. (vv. 851-856) 

Molina de Aragn, GuadalajaraMolina de Aragn, GuadalajaraEstos versos son muy diferentes de la imagen tradicional que el tópico del Cid “Matamoros” ha dejado en la gente. No es el único caso donde el poema refleja una convivencia pacífica con los musulmanes, como se observa especialmente en la figura del buen moro Avengalbón. Se trata de un “amigo de paz” del Cid, o, lo que es lo mismo, un moro aliado que le paga parias, un tributo que los señores musulmanes daban a los cristianos a cambio de su ayuda y protección en caso de necesidad contra otros cristianos o incluso otros musulmanes, asunto crucial para comprender la mentalidad política de la época, como veremos hacia el final de este artículo. Avengalbón debe fidelidad al Cid, es vasallo suyo, y como tal se comporta, pero siempre con muestras sinceras de cariño hacia el Cid, su familia y sus hombres, a quienes recibe con gran alegría y les ofrece su casa para que puedan hospedarse, además de estupendos banquetes para que no puedan quejarse de su hospitalidad: 

Han entrado en Molina, buen y rico lugar, 
el moro Avengalbón bien los servía adecuadamente, 
de cuanto quisieron no les faltó de nada, 
incluso las herraduras quitárselas mandó. 
A Minaya y a las señoras, ¡Dios, cómo los honraba! (vv. 1550-1554) 

Sólo habrá un caso en el que Avengalbón se muestre hostil hacia unos cristianos que llegan en nombre del Cid: se trata de los infantes de Carrión, que, ambiciosos, planean matarle para quedarse con sus riquezas. El propio noble musulmán les amenaza y les advierte de que saldrán indemnes de sus tierras porque están bajo la protección del Cid pues, si no, no tendrían salvación. No hay que olvidar que, precisamente, estos personajes son los enemigos del Cid que le afrentarán abandonando a sus hijas en Corpes, tras pegarles una terrible paliza. Sobre ellos hablaremos a continuación.  

El Cid y los cristianos 

La cantidad de personajes cristianos que aparecen en el Cantar de mio Cid es variada: desde reyes y miembros de la alta nobleza a monjes, sacerdotes que acaban convertidos en obispos, guerreros, burgueses, e incluso la niña que informa al Cid de las prohibiciones impuestas por el rey Alfonso VI a los habitantes de Burgos para evitar que estos ayuden a Rodrigo. Entre todos estos personajes existen tanto amigos como enemigos. Los soldados del Cid y los hombres de religión son amigos suyos, pero no sucede lo mismo con la alta nobleza, donde cuenta tanto con amigos –los condes Enrique y Ramón, que actuarán en su favor en el juicio de las cortes de Toledo– como enemigos. De hecho, el Cantar de mio Cid se inicia con el destierro del héroe, que es expulsado por el rey Alfonso, quien ha creído las acusaciones falsas que algunos magnates de la corte castellano-leonesa han levantado contra el Campeador, de ahí que el Cid exclame amargamente, al salir de Vivar, que “En esto me han convertido mis enemigos malos” (v. 9). Uno de esos malos es el conde García Ordóñez, el archienemigo del Cid. Siempre busca su desgracia, y durante todo el poema se le ve hablando mal del Cid, o mostrando su rabia contra el héroe. La sorpresa llega hacia el final del poema, cuando se nos descubre que ambos se enfrentaron en batalla, donde el Cid le arrancó parte de la barba, lo cual era un insulto terrible para cualquier noble de la época, y que explica la animadversión existente entre los caballeros. Como bien recuerda el Cid a García Ordóñez: 

¿Qué tenéis vos, conde, que retraerle a mi barba? 
Que desde que nació creció gustosamente, 
y nunca me la cogió hijo de mujer nacida 
ni me la tomó hijo de moro ni de cristiana, 
como yo a vos, conde, en el castillo de Cabra, 
cuando tomé Cabra y a vos por la barba. (vv. 3283-3288) 

 

Segn una interpretacin del Cantar, las hijas del Cid fueron violentadas por sus esposos en  Castillejo de Robledo, SoriaSegn una interpretacin del Cantar, las hijas del Cid fueron violentadas por sus esposos en Castillejo de Robledo, SoriaOtros de esos personajes cristianos malvados son los infantes de Carrión. Diego y Fernando González, que así se llaman estos personajes, se casan con las hijas del Cid para poder ser los yernos y futuros herederos del Campeador, que ha logrado amasar una enorme fortuna con los botines de sus victorias. Sin embargo, su cobardía queda clara a ojos de todos en diversas ocasiones, lo cual es aún más grave si se tiene en cuenta que los testigos de sus desastrosas actuaciones son los bravos guerreros del Cid. Heridos en su amor propio, parten de viaje con sus esposas, Elvira y Sol, pero las abandonan en el robledal de Corpes, donde les dan una paliza, dejándolas por muertas. El Cid, por supuesto, reclama justicia al rey, quien la otorga en las cortes de Toledo, y donde se enfrentan tanto los nobles amigos y partidarios del Cid como sus enemigos, todos ellos cristianos. Contra los que han sido malos y le han agredido a él y a su familia son los únicos frente a quienes el Cid no mostrará piedad, sin mostrarse compasivo ni humilde hacia ellos en ningún momento. También es cierto que el enfrentamiento contra estos personajes no es en batalla, ni tampoco el Cid está intentado conquistar tierras ajenas. En este caso, el Cid ha sido atacado directamente por unos nobles que, de hecho, tampoco han mostrado arrepentimiento alguno por sus actos, y es de justicia que paguen por sus fechorías. El caso opuesto se encuentra en el único personaje cristiano al que Rodrigo se enfrenta en batalla, Ramón Berenguer. El conde de Barcelona considera que el Cid ha atacado sus tierras –lo cual es falso– y decide marchar a combatir contra el burgalés. Rodrigo no quiere pelear con él, pero, obligado por las circunstancias que hacen inevitable el enfrentamiento, lucha contra el catalán. De nuevo, la estrategia del Cid es perfecta, y la derrota de Ramón Berenguer es incuestionable, insultante incluso. Sin embargo, tras la batalla, el Cid vuelve a hacer lo mismo que hizo con todos sus vencidos, tratándole con respeto. Así, le ofrece comida y le otorga incluso la libertad, junto con dos de sus nobles, sin pedirle que le paguen rescate alguno: 

Dijo mio Cid: –Comed, conde, algo, 
que si no coméis, no veréis cristianos, 
y si coméis de modo que yo quede satisfecho, 
a vos y a dos hidalgos os liberaré y dejaré marchar.– 
Cuando esto oyó el conde se comenzó a alegrar: 
–Si lo hiciérais, Cid, lo que habéis dicho, 
mientras yo viva estaré maravillado por ello. (vv. 1033-1037) 

 

¿Asesino y mercenario? 

La imagen del Cid que nos ofrece el poema nos lo muestra, frente a lo que cabría esperar, como un personaje que sabe cuándo ha de actuar violentamente, pero también sabe ser respetuoso con los vencidos, sin tener en cuenta su credo o grupo social. Sin embargo, puede llamar la atención observar que, pese a ser cristiano, el Cid combatía no sólo a musulmanes, sino también a otros cristianos, como el conde de Barcelona, Ramón Berenguer. 

Históricamente, el Cid estuvo a las órdenes de la poderosa familia de los Bani Hud del reino taifa de Zaragoza durante su primer destierro. Combatió a cristianos, pero también a musulmanes, entre ellos Almundir de Tortosa, hermano del rey de Zaragoza, Almutaman, a cuyo servicio se encontraba el Cid. 

Precisamente, en la gran batalla sucedida en las cercanías de Morella y donde el Cid se enfrentó a Almundir, éste iba apoyado por el rey Sancho de Aragón. Las alianzas entre moros y cristianos no eran extrañas en absoluto, como también demuestra el pago de las parias. No sólo Avengalbón sino otro muchos, muchísimos señores musulmanes pagaban estos tributos a los cristianos a cambio de su apoyo militar en caso de necesitarlo, pues podían ser atacados tanto por cristianos como por otros señores musulmanes que quisieran conquistar sus tierras. Tampoco es extraño que caballeros de una misma religión, e incluso familiares, se enfrentasen entre sí. Ya se ha visto como el rey de Zaragoza y de Tortosa estaban enfrentados entre sí, y eran hermanos. Años antes, a la muerte de Fernando I de Castilla y León en 1065, su hijo el infante Sancho combatió a sus hermanos para reunificar los reinos que su padre había repartido entre ellos. Por otro lado, en la citada batalla de Cabra, las razones por las que se enfrentaron el Cid y García Ordóñez dejarían confuso a quien creyese que el Cid era un simple “Matamoros”. En 1079, Rodrigo marchó a Sevilla por orden de su rey a cobrar las parias que el rey moro sevillano al-Mutamid debía al castellano-leonés. García Ordóñez, por su parte, fue enviado a Granada con la misma misión, teniendo que cobrar las parias que Abdallah al- Muddaffar había prometido a Alfonso VI. Sin embargo, los reyes de ambas taifas mantenían por entonces un enfrentamiento. El de Granada, a sabiendas de que el pago de parias le aseguraba la ayuda de las fuerzas cristianas, persuadió a García Ordóñez para que le acompañase con sus hombres en un asalto por el reino sevillano. El mismo vínculo que se generaba por el tributo al rey Alfonso hizo que el Cid tuviese que ayudar a al- Mutamid contra los saqueadores, lo cual hizo que Rodrigo y García Ordóñez se enfrentasen entre sí. El choque final, en Cabra, se resolvió en favor del Campeador, donde nos dice el Cantar que Rodrigo arrancó parte de la barba al conde. Todo esto permite comprender, por tanto, no sólo que el Cid estuviese al servicio de los reyes de Zaragoza, sino que, según el poema, combatiese a cristianos y a musulmanes y, también, que pudiese ser respetuoso con todos ellos, o que incluso sus peores enemigos no fuesen musulmanes sino cristianos –los infantes de Carrión y García Ordóñez–. Y no sólo él: lo que el Cantar refleja es algo que, según se ha visto, era una realidad cotidiana, ya que, por encima de la cultura, por encima de la religión, se hallaba la ambición, el poder territorial y militar, un poder que, cuanto mayor fuese, más pondría a un señor a salvo del ataque de otros señores. Si se olvida por un momento la visión tajante de que los moros eran malos y los cristianos eran buenos, y se contempla que lo verdaderamente importante era el poder feudal que los señores deseaban ampliar, se comprenderá fácilmente la existencia de todo este juego de alianzas entre señores de la misma religión o de distintas religiones. Así, esta imagen tan aparentemente llamativa de un Cid que nos ofrece el Cantar no está tan alejada ni del personaje histórico ni de la realidad de la época: el Cid aparece combatiendo a cristianos y a musulmanes por igual, y mostrándoles el mismo respeto cuando son merecedores del mismo, o su dureza guerrera cuando tiene que utilizarla para imponerse a sus enemigos. No podemos imaginar que el juglar, al recitar los versos del Cantar, hiciese que su público se escandalizase al escuchar cómo su héroe atacaba a sus correligionarios. Antes al contrario, se alegrarían al oír la narración de todas y cada una de sus victorias. Pero, por supuesto, ellos conocían la realidad de la época, y por ello no les extrañaría que tuviese buenas relaciones con moros, o se enfrentase a cristianos. El paso de los siglos, los intereses propagandísticos de los reyes de la Reconquista, y los intereses políticos de mandatarios posteriores, resaltarían la imagen de un Cid “Matamoros” que no es en absoluto adecuada a la historia del Cid ni a la realidad de su tiempo, una época de la que aquí sólo se ha intentado dar unas pocas pinceladas pero, esperamos, haya también aclarado algunas dudas sobre una época turbulenta pero, por ello, fascinante de nuestra historia, por medio de uno de los personajes más representativos de aquel tiempo, como fue el Cid Campeador

 

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