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La cosa va de pasarlo bien: tambores y pedales en el Camino del Cid

Los Medicid en Atienza (Guadalajara). De izda. a dcha: Juan José Palacios, José María Alonso, Octavio Pascual, Carlos Royo y José Miguel Llorente

Alberto Luque Cortina

¿Para qué viajamos? Existen infinidad de respuestas a esta pregunta, algunas de barra de bar y otras de honda filosofía. Yo creo que viajar (somos una especie migrante) tiene mucho que ver con la vida, y esta con la obtención de pequeños instantes de felicidad.

Personalmente, aprecio mucho la literatura de viajes que transmite esos instantes de felicidad, a veces con buenas dosis de humor: los escritores anglosajones son especialistas en este género. Quizá el más conocido sea Bill Bryson, quien no pierde ocasión para demostrar su ignorancia y reírse de sí mismo. Si consigues reírte de ti mismo sin complejos es que te conoces bien, y esto, a su vez, es un claro signo de inteligencia.

No sé cuándo oí hablar por primera vez de los Medicid, pero sí recuerdo el cómo: en un vídeo en redes sociales, tres ciclistas mayorcetes y con algunos kilitos de más, sin quitarse el casco, dulzaina y tamboril en mano, en la almena de un castillo o bajo el pórtico de una iglesia (no recuerdo bien), estaban tocando una jota castellana para… nadie. No había nadie allí. La imagen fija del móvil, quizá apoyado sobre un muro, revelaba que no había un alma con ellos: sólo las piedras y lo que quede impregnado en ellas.

Luego les vi en la fortaleza califal de Gormaz. Para quien no lo conozca, Gormaz es uno de los lugares mágicos del Camino del Cid. Está en un alto, desde el que se divisa el Duero. Para llegar es necesaria una corta, pero intensa, ascensión. Así que me imagino a estos jubiletas (a mucha honra), médicos de profesión (de ahí su nombre), tirando de pedal para llegar y actuar… para las piedras. Nadie les espera. Nadie les ve. Sólo están ellos. Y esto les produce satisfacción, y alegría: la alegría de hacer lo que a uno le viene en gana, por absurdo que pueda parecer.

A mí esas secuencias me emocionan y me alegran el día. Es divertido verles: ¿qué hacen allí arriba, o en cualquier otro lugar, lo mismo bajo un sol espléndido que con viento racheante? Les ves y te das cuenta de que se lo están pasando bien. Les imaginas repasando el equipaje para meterlo en las alforjas: culot, impermeable, chanclas, luces, cámaras, inflador, troncha cadenas, tambor, dulzaina, almirez… No sé, me parece una secuencia perfecta para uno de los libros de viaje de Bill Bryson. Da buen rollo.

Pero también os digo por qué me emocionan: porque detrás de esas imágenes chocantes, hay una intencionalidad. Esa música que resuena en castillos, en iglesias o en las piedras de las calles sin gente, es una reivindicación de la tierra y de los antepasados, de quienes construyeron esos lugares y los hicieron posibles, de quienes allí vivieron, de quienes trabajaron la tierra y de la cultura que produjeron y heredamos, y de quienes allí aún viven, porque los Medicid tocan también, y sobre todo, para la gente. Allá donde van sacan sus instrumentos y ala, por dónde empezamos, ¿por una jota o un pasodoble? 

Han llevado su música por todo el Camino del Cid, desde el interior de Castilla hasta el Mediterráneo, por pueblos y ciudades. Han compartido lo suyo con la gente y han aprendido de las personas que han conocido a su paso. Me parece un trueque justo.

Sus “correrías” dan respuesta a la pregunta de para qué viajamos.

Aunque podríamos hacer un listado largo de motivaciones, tal vez podrían reducirse a tres palabras: para vivir más. Esto es lo que han hecho Octavio, José María, Juan José, Carlos y José Miguel.

Mi compañera Patricia les hace esta semana una entrevista que podéis leer pinchando aquí. Pronto sacarán un libro con sus andanzas por el Camino del Cid; esperamos poder leerlo pronto para seguir viajando juntos.

Nos vemos, como siempre, caminando.

 

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