VISIBILIZAR LO INVISIBLE: UNA PASARELA SOBRE LA AUTOVÍA
Alberto Luque Cortina
En el Camino del Cid hay un monumento único en el mundo que cuenta con más de 800 años de existencia. Es mucho más antiguo que algunos de los castillos e iglesias tardo-románicas que tanto nos gusta visitar, y se encuentra en mejor estado de conservación que muchas de ellas. Además, cuenta con la ventaja de que está abierto las 24 horas del día 365 días al año y se puede acceder instantáneamente a él desde cualquier parte del mundo.
Este monumento no está construido con bloques de piedra, sino con palabras, y es tan real como la más imponente de las catedrales: se trata del Cantar de mío Cid, que es también un templo, un templo civil de dimensiones gigantescas que se expande hasta el mar Mediterráneo y cuya entrada secreta está en Vivar del Cid.
Vivar del Cid. A primera vista no se diferencia de cualquiera de las poblaciones que lo rodean ni de otros muchos pueblos pequeños de la Castilla cerealística. Sin una plaza mayor que sirva de eje urbano y social, su aspecto es más bien anodino. Sin embargo, la literatura, el Cantar de mío Cid, ha convertido esta población en un lugar legendario y, para algunos, mítico.
Vivar del Cid, Burgos
Esta afirmación puede parecer exagerada, sobre todo para los burgaleses, acostumbrados a la presencia del Cid: es el héroe local de la ciudad y por extensión de la provincia. Está en todas partes: le recuerdan estatuas y calles, pero también empresas de limpieza, tiendas de alimentación o clubes de baloncesto. Su nombre se ha utilizado hasta la extenuación, hasta casi perder su significado.
Para muchos extranjeros, la cosa cambia. Algunos han recorrido miles de kilómetros para llegar a Vivar. Los hay que recogen tierra o piedras de sus calles como recuerdo, porque no sienten que están en un anónimo pueblo castellano, sino en un lugar mítico, un lugar que antes han imaginado gracias a la literatura o cualquiera de sus muchas otras expresiones derivadas (el teatro, el cómic, el cine), y esto les produce la misma emoción que pisar las calles arenosas de Tombuctú, o el Camelot del rey Arturo, en el caso de que alguien pudiera determinar su ubicación.
Todo el Camino del Cid está superpuesto con una capa invisible compuesta de lecturas, imágenes de películas, y muchas ideas preconcebidas sobre la Edad Media. Esa capa invisible reviste de un color diferente y “reconstruye” lo que estamos viendo; monumentos y paisajes cobran una vida diferente a los ojos de cada viajero, según sean sus conocimientos e inquietudes sobre este largo periodo de nuestra Historia. Puede decirse que hay tantos “caminos del Cid” como viajeros.
A veces, incluso, podemos dar visibilidad a lo invisible. Es el caso de la pasarela que cruza la autovía A1 a su paso por la ciudad de Burgos, y que une el barrio del Crucero. El Camino del Cid pasa por ahí. No es el paso más cómodo. Hay otros que discurren por debajo de la autovía, pero nosotros hemos preferido dejar este. Existen razones poderosas para ello.
Hace muchos años, el Jefe de Cultura de la Diputación provincial de Burgos, Salvador Domingo, me contó que esa pasarela era la reminiscencia de la vieja cañada que durante siglos condujo los rebaños de ovejas hacia la sierra. Las cañadas eran los caminos que utilizaban los grandes rebaños de ovejas para trasladarse de un lugar a otro, en busca de mejores pastos, una actividad que conocemos como trashumancia. El origen de las cañadas reales es tan antiguo como el Cantar de mío Cid.
Burbguena, Teruel.
Hoy, la trashumancia es una actividad residual y casi simbólica, pero durante la Edad Media, e incluso mucho después, fue una de las actividades económicas más importantes de nuestro país. La ciudad de Burgos, por ejemplo, floreció gracias al comercio de la lana con los principales puertos de Europa.
En el siglo XX, cuando ya no quedaban rebaños que mover, el camino original a la salida de Burgos quedó cortado por la autovía que viene de Madrid. Sin embargo, aunque el camino físico desapareció, existía una realidad invisible de naturaleza jurídica más poderosa: una servidumbre de paso, de modo que tuvo que construirse una pasarela para preservar ese antiquísimo derecho que se remonta a la Edad Media.
Así que esta pasarela no es simplemente un punto de acceso para cruzar de un lado a otro, sino memoria invisible de nuestro pasado, y aunque no pueda verse es real, existe, tiene consistencia jurídica. Para dar visibilidad a ese pasado, desde el Consorcio Camino del Cid nos pusimos en contacto con el Ayuntamiento de Burgos, a través de su Concejalía de Juventud, con la propuesta de un mural que recordara la razón de ser de esa pasarela.
El Ayuntamiento recogió esta idea con entusiasmo y la hizo propia, contratando y sufragando el mural de 400 metros cuadrados que hoy puede verse desde ambos lados de la autovía, obra de los artistas Diego Alonso y Rachel Merino, que han contado con el asesoramiento del catedrático Alberto Montaner Frutos, el mayor experto mundial en el Cantar de mío Cid y colaborador habitual del Consorcio Camino del Cid.
Mural del Crucero, Burgos. P.A.
Dado que el Camino del Cid discurre hasta San Pedro de Cardeña por la antigua Cañada de la Sierra, nos pareció buena idea unir ambos motivos. Así que, si un día te decides a recorrer este itinerario y al llegar a esta pasarela te encuentras con un nutrido rebaño de ovejas pastando pacíficamente, y a continuación a la mujer e hijas del Cid despidiéndose con dolor de Rodrigo y su hueste, no creas que se trata de un simple toque decorativo sino que es recuerdo vivo de nuestro pasado y un intento por dar visibilidad a lo que, siendo invisible, permanece.
Nos vemos, como siempre, caminando.