TRAVELOGUE DEL CAMINO DEL CID
Texto y fotos: Alberto Luque Cortina
Burton Holmes (1870-1958) fue un incansable viajero estadounidense que recorrió buena parte del mundo para fotografiarlo, en un tiempo en que los viajes duraban meses, y las distancias se salvaban en barco, en trenes o a caballo. Fue un pionero de la técnica fotográfica, que por entonces estaba en sus comienzos.
A la vuelta de sus viajes, Holmes organizaba charlas para dar a conocer esos lugares remotos a sus compatriotas, y que acompañaba con imágenes proyectadas sobre placas de vidrio coloreadas. A esas sesiones las llamó “travelogues”, término que se hizo famoso y hoy se ha generalizado. Aún hoy sus fotografías, más allá de su valor histórico y etnográfico, son muy atractivas, y desde luego muy evocadoras de una época ya pasada.
Holmes fotografiaba grandes monumentos, grupos de personas y pequeñas escenas de vida cotidiana. Estas son las que hoy me resultan más interesantes. La forma de viajar ha cambiado mucho, pero en un mundo donde cualquier lugar se encuentra a un clic de distancia, la magia del viaje reside en los momentos, en esos instantes pequeños y únicos, absolutamente personales, que jamás podrás encontrar descritos en una guía turística.
Encerrados en nuestras casas, nos sentimos como esos espectadores que soñaban con los viajes imposibles que Holmes les mostraba. No os preocupéis: ese momento llegará. Mientras, os invitamos a este travelogue por el Camino del Cid, que no pretende mostraros grandes monumentos, sino algunos de esos pequeños instantes que constituyen la esencia del viaje (puedes ver las fotos con mayor detalle en la galería del final).
El lugar es el momento. Cuando me preguntan cuáles son los lugares que más destacaría del Camino del Cid, suelo responder que esos lugares no existen. No existe una lista posible para esto. Los lugares cambian. Dependen de la hora del día, del viento que mueve el escenario de luces, de las estaciones que lo tiñen y el estado de ánimo del viajero. El lugar es el momento. Castillo de Pelegrina, Guadalajara.
Te lo habrías perdido. Uno de los atractivos de esta ruta es que te permite conocer pueblos muy singulares alejados de las grandes vías de comunicación, con estampas tan memorables cono la de Linares de Mora, un pueblo de Teruel de unos 200 habitantes, incrustado en la Sierra de Gúdar. Linares de Mora, Teruel.
La sombra del Cid. La sombra histórica y legendaria del Cid se extiende sobre Vivar, el pueblo natal del Cid, el inicio del camino. Sus habitantes son muy conscientes de esta presencia y se sienten orgullosos de ella: Vivar no es un pueblo como los demás, es el pueblo del Cid. La aventura comienza aquí. Vivar del Cid, Burgos.
El bosque de vida. El pino albar es una de las tres especies con más presencia en el Camino del Cid, junto con la sabina y el roble. Las grandes masas boscosas que rodean Orihuela del Tremedal, en la Sierra de Albarracín, acogen un rico ecosistema de flora y fauna. La madera y su industria transformadora, junto con el turismo, es la principal actividad económica del pueblo. Orihuela del Tremedal, Teruel.
En la cresta de la ola. El castillo almohade de Biar surfea sobre la roca viva en la que se asienta. La mejor manera de verlo es viniendo de Banyeres de Mariola por el camino senderista, a primera hora de la mañana. En ese momento el sol proyecta su mejor luz en los muros. Biar, Alicante.
Momentos de libertad. Dicen que la libertad es un estado. Contemplando los territorios abruptos del Alto Mijares, comprendes que la libertad es también una sensación que llega improvisadamente y se alimenta de tu pedaleo. En los alrededores de Montanejos, Castellón.
Una lección de historia construida con hormigón. La Historia Roderici cuenta que en 1094 un gran ejército almorávide acampó aquí con la intención de levantar el cerco que el Cid había puesto sobre Valencia. Una tromba de agua desbarató el campamento, que tuvo que retirarse. Si no conoces la gota fría puedes pensar que la crónica exagera, hasta que ves el tremendo canal de riada que atraviesa la población, y entonces entiendes. Almussafes, Valencia.
Muñeca rusa. En la zona soriana del Duero, los viejos palomares de adobe, ahora abandonados, conviven armoniosamente con las atalayas de origen islámico. En Nograles la simbiosis cuadra el círculo, ya que su atalaya se encuentra dentro de un palomar, creando esta curiosa estampa. Nograles, Soria.
Paneles interpretativos municipales. En los pueblos, los nombres de las calles nos cuentan muchas cosas. Por ejemplo, si estás en la calle Real, sabes que por allí pasaba un camino importante. Muchos de esos nombres permanecen y te dan pistas de su pasado ahora invisible. Es una pena que a veces se sustituyan por nombres tópicos y despersonalizados. Esta está en Ariza, Zaragoza.
Carreteras de sentido único libres de humo. La despoblación ha supuesto que muchas de nuestras carreteras secundarias se conviertan en estupendos carriles-bici. El caso más radical es la que une Used con Balconchán, muy degradada, que hoy sólo utilizan, mayoritariamente, las bicis y las ovejas. Used, Zaragoza.
Catedral. La catedral de Burgos es Patrimonio de la Humanidad y uno de los monumentos icónicos del Camino del Cid. Bajo su cimborrio están sepultados los restos de Rodrigo y Jimena. Contemplarla en cualquier época del año y a cualquier hora del día es un espectáculo, pero por la noche… no sé cómo explicarlo, ¡parece más gótica! Catedral de Burgos.
Amar las carreteras. Para muchas personas las carreteras son sólo un lugar de tránsito, y en ese sentido parecen estar en ninguna parte, siempre entre un punto y otro. Pero las carreteras existen, claro que sí, en relación al paisaje que atraviesan. Para nosotros las carreteras son una invitación a recorrerlas, y algunas son, por sí mismas, un placer estético para la vista, como esta en Aguilar de Anguita, Guadalajara.
En territorio almorávide. La ruta de la Defensa del Sur, entre Valencia y Orihuela -o al revés, según se mire-, atraviesa muy diferentes paisajes: desde la huerta valenciana a la sierra alicantina. A veces, si uno se abstrae un poco, puede imaginarse en lugares más lejanos, o a los almorávides acechando el paso del Cid y su mesnada, episodio que rememora esta ruta, ideal para recorrerla en invierno (la foto está tomada a finales de noviembre). Ruta de La Defensa del Sur en bicicleta.
Espacios de recogimiento. Me gustan las iglesias porticadas porque son más hospitalarias que las otras e invitan a sentarse a su sombra. La concatedral mudéjar de Santa María, en Guadalajara, es una de ellas. Su interior es menos apabullante que sus hermanas góticas, lo que permite concentrarse en escenas más íntimas que invitan al recogimiento. Concatedral de Santa María, Guadalajara.
Crepúsculo de gloria. Recuerdo muy bien esa tarde. Llegábamos muy apurados, las piernas flaqueaban, pero no queríamos perdernos el atardecer desde el castillo de Medinaceli. Desde hacía un rato las nubes anunciaban el espectáculo. Al final lo conseguimos. La Naturaleza se puso en marcha para ofrecernos, en pase único, un atardecer que probablemente no olvide nunca. Medinaceli, Soria.
Lo mejor, la gente. Este año, lo suelen hacer en mayo o junio, la gente de Lara no se reunirá con sus pendones alrededor del castillo para rendir tributo a sus antepasados. Quizá más tarde. Como si tienen que hacerlo en invierno. Por ahora los subimos nosotros, simbólicamente, a internet. A lo largo del Camino del Cid hay multitud de asociaciones que luchan por su historia y por su tierra. Son lo mejor de esta ruta. ¡Que sirva esta imagen para saludaros a todos! Castillo de Lara de los Infantes, Burgos.
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