CAZADORES DE LO INVISIBLE
Alberto Luque Cortina
Cazadores de lo invisible
En alguna ocasión me he referido al viaje que, en la segunda mitad del siglo XVII, realizó por España un diplomático holandés llamado Lodewijck Huygens. Huygens compiló las experiencias de su periplo en un libro interesantísimo, cuidadosamente publicado aquí con el título Un holandés en la España de Felipe IV (Ediciones Doce Calles, 2010).
El autor cuenta cómo, dirigiéndose a Madrid desde Santander, llegó a Vivar, "patria del renombrado Cid", el 19 de noviembre de 1660: "Cerca de ahí pasamos por delante de una columna de piedra bastante alta. Según dicen, fue colocada en este lugar en recuerdo de una jabalina u otra arma parecida. El Cid la arrojó desde el mencionado pueblo de Vivar, que se encuentra a unos pistoletazos de distancia".
No es la única ocasión en la que el viajero holandés habla del "renombrado" Cid. Todas las referencias, por cierto, son de carácter legendario. Por mi parte, he intentado encontrar el lugar al que se refiere Huygens, sin resultado. Supongo que se trata de otra leyenda más que el tiempo ha pulverizado.
Las leyendas, dichos y tradiciones han formado parte consustancial de los pueblos a lo largo de los siglos. Lejos de ser una manifestación menor, el patrimonio oral es tan importante como cualquier otro, ya que se trata de la expresión propia de la cultura de sus habitantes, de su forma de vivir y de entender y relacionarse con el medio que les rodea. Desgraciadamente, se trata de un legado maleable y perecedero, y me temo que la omnipotente presencia de la televisión, la emigración de mitad del siglo XX y el abandono rural del presente, han acelerado la desaparición de una parte importante de este patrimonio inmaterial.
La increíble supervivencia y abundancia de tradiciones y leyendas cidianas
Aún así, resulta llamativo comprobar la cantidad de leyendas y tradiciones que aún perviven en nuestros pueblos -dentro o fuera de nuestro itinerario- y que tienen al Cid, o a alguno de sus compañeros, como protagonista. Algunas pueden tener un posible origen histórico, como El Punt del Cid, en Almenara (Castellón), pero la mayoría son netamente ficticias y enlucen accidentes geográficos con una pátina de leyenda. Abundan, por ejemplo, las cuevas y peñas en las que el Cid y sus hombres se apostan, guarecen o duermen: en Miedes de Atienza y en Anguita (ambas en Guadalajara), en Montalbán (Teruel), Morella (Castellón) o en Monforte del Cid (Alicante), y también -fuera del Camino del Cid-, en Fuentelsaz (Guadalajara), Libros (Teruel), Polop (Alicante), en Fuenterrobles (Valencia), o en Monturque (Córdoba) donde la tradición ubica el episodio histórico del encontronazo militar entre el Cid y el conde García Ordóñez.
Lo cierto es que la toponimia de la palabra "Cid" es conflictiva: al fin y al cabo se trata de una palabra de origen árabe que significa "señor", por lo que el uso de la misma en pueblos como Monforte del Cid (Alicante), Villafranca del Cid (Castellón), o La Iglesuela del Cid (Teruel), puede no tener relación directa con nuestro protagonista, aunque en algunos casos - Vivar del Cid (Burgos), El Poyo del Cid (Teruel) - la relación sí sea evidente y se remonte, cuando menos, a finales del siglo XII.
Lo interesante del asunto es que, aún en el caso de que no exista una relación causa-efecto entre el personaje y el topónimo, la tradición se ha encargado de crearla: la leyenda es aquí el puente invisible que une al lugar con el personaje. Este podría ser el caso de la Iglesuela del Cid (Teruel) donde existen diversas leyendas cidianas: la más importante hace coincidir nada menos que a Rodrigo y al apóstol Santiago en el campo de batalla, en un paraje próximo a la ermita de la Virgen del Cid.
Muy cerca de allí está la huella dejada en una piedra por Babieca, el caballo del Cid que, por cierto, según otra tradición, fue enterrado en el Monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos). Las huellas de caballo son muy frecuentes en nuestros territorios: la hendidura caprichosa de una roca genera una explicación en forma de relato. En el caso que nos ocupa toman la denominación de la "pata" o "patada del Cid". Muy cerca de nuestro itinerario las encontramos en Barrio Panizares (Burgos), y en las localidades turolenses de Calanda y Fortanete. En esta última localidad el salto de Babieca fue nada menos de 7 km, proeza que habría sorprendido, incluso, al autor anónimo del Cantar de mío Cid. Pero sin duda, el espacio geográfico más fascinante en el que Babieca "posó" sus cascos es la Sierra del Cid, un imponente macizo entre Petrer y Monforte del Cid (Alicante) coronado en sus extremos por la Silla del Cid y la Cumbre del Cid: de nuevo, el salto de Babieca bien le habría valido figurar con honor en un cómic de superhéroes equinos.
A veces, es la coz providencial de Babieca la que, hiriendo una roca, hace nacer un manantial, como en Hinojosa (Guadalajara). Existen, además, un buen número de fuentes donde -se dice, se comenta, cuentan que- el Cid o su caballo calmaron su sed: en la ya citada Iglesuela, en Valtorres (Zaragoza) y, fuera del Camino del Cid, en Tartanedo (Guadalajara) y aún más lejos, en Sayalonga (Málaga).
El Cid bebía de fuentes y arroyos y descansaba, según terciara, al raso o a cubierto. En este sentido existe una fuerte tradición de casas cidianas: en el actual castillo de Sotopolacios (Burgos) hay quien ubica la casa fuerte de su padre, y muy cerca, en Burgos, está el Solar del Cid. En Tierzo (Guadalajara), la casa del Cid es también denominada casa Arias, lo mismo que en Zamora. Algunas, como en Bronchales (Teruel), le sirvieron de posada en alguno de sus viajes y otras, como en Castejón de Henares (Guadalajara) de nidito para amores prohibidos (¡Ay, si Jimena llega a enterarse! ¡Adiós Valencia!): al parecer las conquistas del Cid no fueron sólo territoriales. La primera groupie (perdón por el anglicismo) conocida del Cid fue, según una leyenda local, la hija del rey musulmán de la taifa de Albarracín, quien desobedeciendo a su padre se escapó para acudir, sin éxito, al encuentro del caballero.
En el caso de los castillos denominados del Cid, la historia y la leyenda convergen por igual, de modo que a veces resulta difícil separar la una de la otra. El castillo de la Peña Cadiella -entre Otos y Beniatjar (Valencia)- es, por ejemplo, un enclave netamente histórico. En otros casos, como en Olocau del Rey (Castellón), los historiadores no se ponen de acuerdo y, por último, hay castillos cuya impronta cidiana se fundamenta exclusivamente en la tradición, como es el caso de las fortalezas turolenses de Fortanete y Villel, ambas cercanas a nuestro itinerario. Mención aparte merece el castillo del Cid de Jadraque (Guadalajara) cuya adscripción se debe a Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués de Cenete y conde del Cid, un noble a caballo entre los siglos XV y XVI.
Las leyendas y tradiciones sobre el Cid o sobre cualquiera de sus parientes y amigos se hallan por todos los rincones de nuestra geografía. A modo de ejemplo, en Tamarite de Litera (Huesca) se cuenta que el Cid fue el responsable de la expulsión de musulmanes y judíos; en Orgaz (Toledo) se afirma que la asturiana Jimena era de allí; en el castillo de Monzón (Huesca) una hija del Cid, María, depositó la espada Tizona que luego empuñaría Jaime I. La fuerza de la leyenda cidiana es tan intensa que dio lugar a interesantes spin-offs (de nuevo, perdón por la palabreja), como los amores en Cella (Teruel) entre la mora Zaida y el cristiano Hernando, caballero del Cid; o el Salto de Pero Gil, en Tramacastilla (Teruel), y esto sin mencionar a Álvar Fáñez quien, por méritos propios, es un personaje muy ligado a la provincia de Guadalajara.
Un mapa para lo invisible
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La pervivencia de estas leyendas y su diseminación por nuestra geografía son un reflejo de la importancia que, de un modo u otro, ha tenido el Cid en el imaginario popular a lo largo de los siglos. Sin duda, muchas de estas historias se han perdido. Otras no. Con el propósito de conservarlas y sacarlas a la luz nos hemos embarcado en la aventura de confeccionar un mapa de lo invisible, en el que se puedan visualizar todas las tradiciones, topónimos y leyendas cidianas y las localidades y escenarios donde estas tienen lugar.
Esta es una iniciativa del Consorcio Camino del Cid y del Proyecto del Plan Nacional de I+D "Magia, Épica e Historiografía Hispánicas: Relaciones Literarias y Nomológicas" adscrito a la Universidad de Zaragoza. A la cabeza de esta "expedición" a la caza de lo invisible, que durará aproximadamente un año y medio, estará el catedrático Alberto Montaner Frutos, que es el gran especialista mundial en el Cantar de mío Cid.
Durante ese tiempo intentaremos recopilar todas las leyendas, dichos, canciones, refranes y topónimos (peñas, cuevas, fuentes, parajes, etc.) relacionadas con el Cid. Me atrevo a decir que es uno de los proyectos más potentes, interesantes e ilusionantes -y esto es decir mucho- en los que nos hemos embarcado. Para ello, necesitamos tu ayuda: si estás interesado en este proyecto o conoces algún dato que pienses puede ser de interés para la investigación, puedes dirigirte al espacio web Proyecto de Investigación sobre Tradiciones Cidianas que hemos creado para este fin. Aquí encontrarás un cuestionario que puedes completar on line o bien enviarlo a través de correo electrónico o postal. Y si tienes dudas, puedes contactar directamente con nosotros en info@caminodelcid.org.
Una vez recopilada la información, el equipo de investigación dirigido por Alberto Montaner analizará los datos. Fruto de este trabajo se creará un mapa geográfico del imaginario cidiano y se divulgarán los resultados y sus conclusiones en forma de estudios y artículos. Contamos con tu ayuda para sacar adelante esta iniciativa sin precedentes que permitirá sacar a la luz ese rastro invisible, pero real, de nuestro patrimonio inmaterial.
Nos vemos, como siempre, caminando.