Camino del Cid. En busca del mito
Alberto Luque Cortina
Camino del Cid. En busca del mito
Se suele asegurar, y hay razones para ello, que el Cid es el tercer gran mito español de la literatura universal junto con el Quijote y el Don Juan. A diferencia de estos, el Cid tiene un origen histórico. Reputado guerrero, diplomático hábil, temible señor de la guerra, en 1094 conquistó Valencia y murió en 1099 como señor o “príncipe” de la ciudad. También se dice que tras su muerte comenzó su leyenda, pero lo más probable, aunque no existe documentación que lo testimonie, es que esta se iniciara en vida del caballero. No resulta inimaginable pensar que el precario sistema de comunicaciones de la época propiciara, en el boca a boca, la hipérbole interesada de sus andanzas.
Desde entonces, y por muy diversas razones, mito e historia han confluido para crear un personaje con poderoso arraigo en el imaginario popular, y no sólo dentro de nuestras fronteras. Sin duda, el llamado Cantar de mío Cid -un poema épico cuyo único ejemplar fue hallado a finales del siglo XVI en la localidad burgalesa de Vivar del Cid- jugó un papel decisivo en la generación y propagación de la leyenda cidiana. Con posterioridad otros hitos significativos -la tradición del romancero, el Cid de Corneille, o la película homónima de Anthony Mann protagonizada por Charlton Heston- han contribuido a conservar y difundir el mito, pero ninguno puede asemejarse al Cantar.
Del Cantar al Camino del Cid
El Cantar encierra numerosos y atractivos enigmas. Uno de ellos es la fecha de su creación, o cuando menos de su redacción tal y como hoy la conocemos. Según la mayoría de los estudiosos, esta se produjo a finales del siglo XII o principios del siglo XIII. Así pues, un siglo separa la muerte del Cid de la redacción del poema. Para entonces su figura habría sufrido numerosas alteraciones, muchas de las cuales quedaron plasmadas en el Cantar junto a otras de novísima incorporación por su autor o autores.
El Cantar es una obra literaria basada, como suelen advertirnos los actuales biopics cinematográficos, en “hechos reales”. Esta fórmula imprecisa propició que numerosos estudiosos atribuyeran en el pasado un carácter pseudo-histórico al texto, hecho que ha contribuido a propagar algunos errores y estereotipos que han desfigurado al Cid histórico y al mismo tiempo han posibilitado su supervivencia, como mito, en el tiempo.
Una de esas leyendas, ajena al Cantar, afirma que “el Cid ganó batallas después de muerto”. En realidad, la única batalla que ganó fue la de su nombre, que ha sobrevivido hasta nuestros días. Si miramos hacia atrás vemos cómo el interés por el Cid ha permanecido a lo largo de los siglos, dentro y fuera de España. Esto explica que ya en el siglo XIX diversos viajeros recorrieran nuestro país tras las huellas del Cid descrito en el poema. El más ilustre de ellos fue, a finales del siglo XIX, Archer Milton Huntington, el millonario norteamericano fundador de la Hispanic Society de Nueva York. Poco después, a principios del siglo XX, el gran estudioso del Cantar, Ramón Menéndez Pidal y su mujer, María Goyri, recorrieron las tierras castellanas con similares intenciones e importantes resultados. Si bien con sus singularidades, ambos pueden considerarse los modernos pioneros del Camino del Cid.
Es interesante recalcar que estos, y los miles de viajeros que llegaron después, utilizaban el Cantar como guía de viaje, con independencia de que sus versos relataran hechos históricos o ficticios. Esta es la fuerza, y la magia, de la literatura. Y este es el principal motivo por el que la figura del Cid ha llegado a nuestros días. Precisamente es este poema el que vertebra el Camino del Cid: un itinerario que sigue los pasos del Cid literario e histórico a través de diversos recorridos de alto valor histórico, patrimonial y medioambiental, y que discurre por las provincias de Burgos, Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón, Valencia y Alicante.
Entre la historia y la leyenda
El Camino del Cid es también una ocasión para revisitar nuestra Historia, en ocasiones escondida tras el brillo de la leyenda. Esta ha minusvalorado injustamente a Alfonso VI, describiéndole como un rey veleidoso y timorato, celoso de los éxitos del Cid. Esta presunta tibieza de carácter habría llevado a Alfonso, animado por un íntimo rencor, a desterrar a su más fiel vasallo. Nada de esto parece ser cierto. Tres son los motivos posibles del destierro: el primero, que Rodrigo se apropiara de algunos tributos que fue a cobrar en nombre de Alfonso a Al Mutamid, rey de Sevilla; el segundo, el cruento ataque que lanzó sobre tierras toledanas sin permiso de su rey; y el tercero, las maquinaciones de los poderosos enemigos que el Cid se creó dentro de la corte alfonsina. Sin afirmar ni rechazar ninguna de estas razones, lo cierto es que Rodrigo debió de ser un personaje incómodo para Alfonso VI. Su brillante carrera diplomática y militar demuestra que difícilmente habría aceptado el papel secundario al que había quedado relegado tras la muerte en 1072 de su señor natural, el rey Sancho, hermano de Alfonso VI, quien le sucede en el trono.
En realidad, el Cid no fue desterrado una, sino dos veces. La primera en verano de 1081, y la segunda a finales de 1088. Durante este tiempo, y más aún con posterioridad, no parece que el Cid estuviera obsesionado con recuperar su honra presuntamente perdida y regresar a Castilla. Antes al contrario, sus servicios militares para la taifa musulmana de Zaragoza y sus ulteriores incursiones por su cuenta o por la de otros muestran un interés creciente por el Levante, territorio, como buena parte de la Península, fragmentado tras la desintegración del califato en el primer tercio del siglo XI, y de fronteras cambiantes y poco precisas.
¿Héroe o villano? ¿Caballero leal o traidor a su rey? La leyenda cidiana ha creado arquetipos luego contrarrestados por una suerte de leyenda negra que ha intentando evidenciar las fantasías de la primera con argumentos a veces antagónicos y, por tanto, igualmente inconsistentes. En mi opinión, la única manera de acercarse al personaje histórico y al mito es situando a cada uno en su contexto histórico. Para ello, además de recomendar la lectura de algunos libros, el viaje por el Camino del Cid resulta muy revelador.
La historia a través de sus escenarios
El viajero actual podrá, al recorrer las provincias de Burgos, Soria, y Guadalajara -una de las zonas menos densamente pobladas de Europa- rememorar sin dificultad cómo eran las tierras de frontera. El emplazamiento de los pueblos actuales o el románico sencillo del siglo XII que aún se conserva en muchas de estas poblaciones nos hablan del espíritu de sus habitantes, colonos curtidos por las dificultades del clima, la dureza de la tierra, y los peligros de las bandas armadas. Sin duda ellos y sus descendientes vieron en el Cid -un hombre que, alejado de su hogar y menospreciado por la alta nobleza consiguió superar todas las adversidades-, un ejemplo o cuando menos un estímulo.
Las cuencas de los ríos Jalón y Jiloca, en Zaragoza, ponen de manifiesto aún hoy los avances en la agricultura introducidos por los árabes. Las ruinas evocadoras de sus castillos y fortalezas evidencian la imposibilidad para un contingente armado de imponer su voluntad exclusivamente a sangre y fuego. Las torres mudéjares de Zaragoza y Teruel evidencian el fenómeno del encuentro, y también del enfrentamiento, entre culturas, y nos permite reflexionar sobre el mismo.
Las tierras agrestes del Maestrazgo turolense y castellonense, sus fascinantes paisajes y pueblos, nos obligan a hacer muchas preguntas: ¿Cómo podía mantenerse un grupo armado en aquellos territorios hostiles? ¿Cuánto tiempo tardaban en desplazarse de un lugar a otro? ¿Cuántos hombres eran necesarios para defender una plaza fuerte?
Estas y otras preguntas afloran de nuevo al recorrer las atalayas, castillos y complejos defensivos emplazados en las sierras ribereñas de la Comunidad Valenciana, desde donde se observa tanto el interior como la planicie de la costa. La ascensión a la Peña Cadiella, en Beniatjar y Otos, o a la torre de Almenara, es muy significativa en este sentido. ¿Cómo pudo el Cid asegurarse buena parte de este inmenso territorio? ¿Con qué efectivos contaba? ¿Qué honda impresión tuvo que causar la visión de Valencia en los pocos o muchos castellanos que le acompañaban? ¿Hasta qué punto no modificaron estos sus costumbres y creencias? ¿Cómo se articulaba un ejército compuesto por soldados de procedencias y religiones distintas?
La respuesta no es unívoca. En un mundo en transición, las explicaciones que resultan válidas a principios del siglo XI carecen de sentido pocos años después, y más aún a finales del siglo XII o principios del siglo XIII, época en que se escribe el Cantar. En general, popularmente se ha tendido a considerar la Edad Media como una época monolítica, pero lo cierto es que la evolución de las creencias, la alimentación, los vestidos, el armamento, la arquitectura, o la política, se sucedía con rapidez. El concepto de Reconquista, por ejemplo –tradicionalmente se ha considerado al Cid como uno de sus adalides-, no formaba parte del imaginario popular en el siglo XI; de hecho la toma de Toledo por Alfonso VI en 1085 se considera uno de los hitos que impulsaron la construcción de esta idea.
Aunque las diferencias, no sólo religiosas sino también culturales, existían, personalmente no creo que el Cid, según parece de carácter más bien pragmático, se considerara un azote de los infieles, precisamente él, que había puesto sus armas al servicio de reyes cristianos y musulmanes por igual, algo nada infrecuente en aquella época. Sin embargo, el Cid del Cantar sí responde a la intencionalidad de los cristianos de hallar referentes heroicos en su avance contra el Islam, y eso a pesar de la presencia de personajes como Avengalbón, señor musulmán de Molina, aliado del Cid por la fuerza de las armas, que exhibe la altura moral de la que carecen los verdaderos “malos” del poema: dos cristianos, los Infantes de Carrión.
Un viaje por la Edad Media
Épocas, pues, muy distintas, que han dejado su huella en los lugares por los que discurre el Camino del Cid. El tiempo ha fundido estas capas de información; por ejemplo, en la portada de la iglesia románica de Santa María del Rey, en Atienza, puede leerse en caracteres cúficos: "La importancia de Alá". Con toda probabilidad esta iglesia, levantada en el siglo XII, fue construida sobre la antigua mezquita, como era costumbre en una época en la que los símbolos tenían una gran importancia, y en la que, no lo olvidemos, al escasear los recursos humanos y técnicos, se reaprovechaban los elementos constructivos anteriores. Catedrales góticas, puentes bajomedievales, castillos templarios, iglesias mudéjares o atalayas musulmanas de muy distintas épocas conviven así en una ruta con un marcado poder evocador de lo medieval.
Pero más allá de su reconocido patrimonio histórico y medioambiental, la clave de este itinerario se encuentra en la historia que vincula estos lugares. Es el Cantar de mío Cid el verdadero hilo argumental que teje estos caminos y hace que dos poblaciones tan dispares como Vivar y Valencia estén íntimamente ligadas. El poema proporciona al viajero una nueva perspectiva desde la que mirar y entender los lugares por los que pasa. Para muchos Vivar del Cid es sólo un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Burgos. Es únicamente a través de los versos del poema cuando Vivar cobra un nuevo sentido. No resulta difícil imaginar al caballero que, con lágrimas en los ojos, torna la cabeza para contemplar por última vez las tierras que el rey le obliga abandonar. En ese momento la magia ha surtido efecto y el viaje, para quienes nos apasiona la historia medieval, comienza.
PARA SABER MÁS. BIBLIOGRAFÍA SELECTA
Existe abundante bibliografía cidiana. Entre los estudios clásicos destaca sin duda La España del Cid (1929), de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) hoy incomprensiblemente descatalogada. Sus conclusiones han sido superadas, ya que Pidal partió de la historicidad del Cantar, pero ello no oscurece su extraordinaria labor investigadora ni su brillantez expositiva. Reinhart Dozy (1820-1883) propuso con anterioridad una visión opuesta: el arabista holandés desmitificó la figura del Cid a través de los escritos de los cronistas musulmanes (La historia de los musulmanes de España. Turner, 2004).
Entre los autores actuales, Gonzalo Martínez Díez (1924) construye sobre la base de una importante compilación documental un estudio en el que sistematiza y aclara aspectos oscuros de la historia cidiana (El Cid histórico. Planeta, 1999). Richard Fletcher (1944-2005), clarifica la figura del Cid al encuadrarla dentro del complejo escenario de la Península en el siglo XI (El Cid. Nerea, 1989). Francisco Javier Peña Pérez (1948) realiza una necesaria diferenciación entre la historia y la leyenda, separando la figura de Rodrigo de las distorsiones históricas y los elementos legendarios que se han incorporado al personaje desde su muerte hasta nuestros días (El Cid. Historia, leyenda y mito. Dossoles, 2000).
Del Cantar existen numerosas ediciones, algunas excelentes. De entre todas, destaca el ingente trabajo de investigación realizado por Alberto Montaner Frutos (1963), que aporta cuantiosa información sobre los múltiples aspectos relacionados con el poema y su interpretación (Cantar de mio Cid. Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores, 2007). La lectura del castellano antiguo, si bien mucho más enriquecedora, puede originar problemas de comprensión en los lectores actuales, por lo que debe valorarse sin ningún prejuicio su lectura en versiones modernizadas.
Además, desde nuestra web www.caminodelcid.org se ofrece completa información sobre el Cid histórico, el Cid legendario, y el Cantar de mío Cid, así como una versión del poema en PDF en castellano moderno. Por último, quien desee información sobre cómo se creó el Camino del Cid, puede hallarla en la sección El Origen.