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Viajeros con sello propio por el Camino del Cid

Gontzal Largo
Alberto Luque Cortina
 
Trabajar en una ruta como la nuestra es muy parecido a estrenar casa todos los días: nos entran unas ganas terribles de enseñarla a nuestros amigos. Y de eso va "Con sello propio". Estamos como locos por enseñaros el Camino del Cid, y para ello vamos a contar con la ayuda de algunos viajeros muy especiales: periodistas especializados, escritores, cicloturistas con gran experiencia en rutas de largo recorrido, fotógrafos, biólogos...

Todos ellos tienen en común una visión personalísima del viaje y una capacidad casi mágica para transmitirla. Queremos que recorran el Camino del Cid y nos cuenten sus experiencias del modo que encuentren más apropiado: sin condiciones ni ideas preconcebidas. Algunos estarán con nosotros puntualmente y otros de forma más continuada. No hay reglas, sólo ganas de viajar y talento para contarlo.

Gontzal LargoGontzal LargoEl primero de estos viajeros "con sello propio", y que nos acompañará a lo largo de todo el año, es el periodista Gontzal Largo (Bilbao, 1977). Gontzal ha trabajado como freelance durante más de 15 años para las principales revistas y suplementos de viajes. Os recomiendo que pinchéis en los enlaces a algunos de sus trabajos para Condé Nast Traveler,  porque os vais a divertir. Para nosotros es un lujo contar con él, y no es una frase hecha. Personalmente creo, no tengo ninguna duda al respecto, que es uno de los grandes del periodismo de viajes de este país, y por supuesto nos da igual que tenga muchos o pocos followers.

Cuando le contamos nuestra idea, Gontzal aceptó encantado. Él ya conocía el Camino del Cid, así que nos propuso recorrer la ruta de Las Tres Taifas -con principio en Calatayud y final en Cella- en bici y en pleno invierno. "Con un poco de suerte, pillo nieve", nos dijo. ¿Viajar por una de las zonas de interior más frías de España, en bici y en pleno invierno? Por supuesto, nos pareció una idea estupenda. A su regreso, mantuvimos la siguiente charla:
 
Parece que el boom de las Redes Sociales ha transfigurado el periodismo de viajes. La cosa se ha democratizado bastante: cualquiera puede escribir su experiencia, no importa si es un profesional o un aficionado. Lo curioso es que, aunque nunca se ha escrito tanto de viajes como ahora, ¡todo se parece mucho! No seré yo quien vaya a tirar la primera piedra, pero personalmente estoy saturado de titulares del tipo "Diez playas inolvidables", "Once puestas de sol que no puedes perderte", y cosas así. No sé, recibimos mucha información, muchas imágenes, y todo es muy bonito, pero al final todo nos parece igual y somos incapaces de retenerlo en la memoria.
Sí, las nuevas tecnologías son un tsunami que ha afectado al periodismo en general, pero curiosamente, por lo que se refiere al mensaje, el periodismo de viajes se ha quedado un poco anquilosado: mismo tipo de fotografías, mismo tipo de textos y de comentarios, y una influencia excesiva de las oficinas y entes turísticos que promocionan el destino, y que hacen que los reportajes pierdan frescura y esa mirada ajena, tan necesaria. Hay mucho conservadurismo vinculado a los viajes de prensa organizados, quizá porque el turismo es un sector muy fuerte del que dependen muchos puestos de trabajo. Hay muchos intereses en juego y nadie quiere fallar, y por eso a veces los reportajes salen muy "blancos", casi inocentes, un poco insípidos. Lo peor es que a veces no hay espacio para hablar de algunos lugares que no son "bonitos" desde ese canon "turístico" al que nos hemos acostumbrado, pero que sin embargo tienen mucho que ofrecer al viajero.
 
Sí; funcionamos con clichés de lo que es, o no, bonito. Y al final entre todos le damos al destino una pátina extra de belleza artificial, casi kitsch. Esto es muy palpable a nivel fotográfico.
No sé en qué momento se han fusionado el periodismo de viajes y las vacaciones. En las vacaciones todo deber ser perfecto y todo debe estar previsto y a nuestra disposición. Pero el viaje es otra cosa. Una de las ventajas de viajar por el interior de España, por pueblos no monumentales, sobre todo cuando lo haces a bici o a pie, es ese pequeño porcentaje de imprevisibilidad. Es muy estimulante. Viajar a esos lugares te permite enlazar con una realidad que fácilmente se remonta a tres o cuatro generaciones. Hay mucha belleza en todo esto. Lo que pasa es que no responde a estereotipos. Lo mismo sucede con los paisajes. Todavía no he leído ningún reportaje que hable de los diez paisajes de secano más espectaculares de nuestro país. Y sin embargo los hay. Parece que sólo está permitido hablar de bosques, cascadas, mares turquesas y acantilados de 1000 metros de altura, pero yo encuentro un placer infinito en los cañones diminutos, las vías de tren muertas, los pueblos desiertos, los escombros de iglesias románicas que aquí nadie aprecia pero que en Estados Unidos estarían encerradas en un museo de pago?
 
Parece que lo exótico está, necesariamente, fuera. Pero lo cierto es que tenemos la posibilidad de hacer viajes sorprendentes al interior de España.
El último ejemplo lo he encontrado en mi viaje por el Camino del Cid, en Gallocanta. Parecía que la Naturaleza lo había dispuesto todo sólo para mí. Las grullas, cuando escuchan un coche, levantan el vuelo antes, pero si vas en bici tu presencia es más insignificante y sólo cuando estás muy cerca se marchan. Yo tuve a mi lado un par de nubes de grullas y era increíble, era como estar no en la Edad Media, sino en la Prehistoria, en una de esas películas del tipo "Hace un Millón de Años" en las que los humanos convivían alegremente con dinosaurios. Era increíble, como acceder al corazón de algo muy antiguo o primitivo. El propio paisaje de la laguna es impresionante. Nos hacemos 10.000 km para visitar el Salar de Uyuni o el salar de Atacama, pero no se nos ocurre viajar a Gallocanta. Por supuesto, no estoy comparando estos sitios, lo que quiero decir es que, de algún modo, se nos ha vendido que la única forma de acceder a lugares salvajes y de sumergirte en la Naturaleza, es viajando a lugares remotísimos, tragando millas de avión, pero no es así.
 
 
Funcionamos con estereotipos: uno de ellos, por ejemplo, es que durante el invierno no se puede viajar en bici. Se nos olvida que hoy las carreteras son mejores, los coches son mejores, pero también lo son las bicicletas y las prendas técnicas de abrigo... Ya nada es como antes, por fortuna. Tú, por ejemplo, has recorrido los 300 km de Las Tres Taifas en pleno invierno. Hace unos años te habrían preguntando si estabas loco.
Yo vivo en San Sebastián, donde los inviernos no son muy severos y prácticamente no nieva. Lo que yo buscaba era un paisaje y un clima que no tengo en mi casa. Afortunadamente ya no hace falta gastarse 1.500 euros en equipación para ir bien abrigado. La ropa técnica y deportiva se ha democratizado bastante. La gente que anda en invierno sabe que la bici tiene su propio sistema de calefacción natural gracias al pedaleo. Simplemente tienes que procurarte gasolina -alimentación- cada dos o tres horas. Si proteges pies, manos y el pecho -sobre todo en las bajadas-, no vas a encontrar grandes problemas.
 
¿Qué plus te ha dado recorrer Las Tres Taifas en invierno que no te lo pueda dar otras estaciones?
El invierno es el reseteo anual del campo, cuando el frío mata aquellas especies que no son capaces de adaptarse al medio y las que sobreviven no campan tan alegremente como en los meses cálidos. Hay más silencio, menos movimiento, y el aislamiento sensorial es mayor. Yo hago más bicicleta de montaña que de carretera porque la bici de montaña me da silencio añadido, una paz y una exclusividad que no te puede dar un hotel de "megalujo". En invierno, esa exclusividad y ese silencio se multiplica por mil, incluso en las carreteras: yo estos días he pedaleado por carreteras de Guadalajara y de Teruel, bien asfaltadas y con buen arcén, para nada secundarias, y en todo el día me he cruzado con siete coches. Esto para mí no tiene precio.
 
En realidad, tú fuiste a Las Tres Taifas buscando la nieve...
Sí, claro. Yo quería disfrutar de la nieve como viajero. La verdad es que en los primeros días el viaje fue más apacible de lo que esperaba, hacía frío -entre 0 y 4º centígrados- pero sin lluvia y con sólo una jornada de viento de cara. Pero luego tuve la suerte de llegar una tarde a Albarracín sin una gota de nieve y despertar al día siguiente con todo nevado. Es un lujo ver Albarracín, uno de los pueblos más monumentales de España, completamente nevado, recorrerlo, y saber que aún tienes un paseo precioso hasta Teruel con nieve. Los ciclistas sabemos que pedalear por un paisaje nevado es alucinante. Hay una comunión tremenda con la Naturaleza. Al final, yo iba para póquer y conseguí el repóquer el último día. Fue perfecto. Si con el vídeo evoco un 2% de las fantásticas sensaciones que experimenté ese día me doy por satisfecho.
 
 
Tú estás muy ligado a la bici. ¿Qué te ofrece la bici que no puede darte viajar en coche?
Está el silencio, desde luego: la bici te regala momentos de silencio tremendos, y su versatilidad te posibilita ir por lugares por los que un coche no puede. Además, la velocidad a la que viajas es muy humana: te permite fijarte en un montón de detalles: una serpiente que cruza una carretera, un rayo de sol que entra en un sembrado, mil cosas. Luego hay un punto físico muy interesante: el hecho de estar todo el día pedaleando hace que tu cuerpo genere una serie de endorfinas que te "colocan", que te dan una felicidad natural. Después de un día viajando en bici, y esto es una sensación muy común en los ciclistas, yo tengo un optimismo y una felicidad en el cuerpo que muchos atribuirían a tres copitas de vino.
 
Pero sin duda, lo que más valoro, es la comunión con el entorno, y cuando hablo del entorno me refiero lo mismo a un pinar que a un polígono industrial. Te sensibiliza para apreciar los sitios por los que vas y te relaciona enseguida con la gente de los pueblos. Yo viajo en solitario, en la bici es fácil perderte en tus pensamientos y de repente llegas a un pueblo de treinta habitantes y la gente enseguida sale y te habla. Generas una curiosidad en ellos y ellos a su vez generan curiosidad en ti, sobre todo si eres, como yo, un tipo de ciudad. Es entonces cuando hay un intercambio de información muy interesante. A mí un señor se me pone a hablar de cómo trabajaban la remolacha hace 50 años en los campos próximos al río Aranzuelo y me tiene anonadado durante una hora.
 
Plenamente de acuerdo. Nosotros nos definimos como un itinerario esencialmente rural. De hecho, más de la mitad de nuestras 387 poblaciones tienen menos de 200 habitantes, y de estos muchos no llegan ni a cincuenta. Son pueblos muy pequeñitos. Para nosotros es el gran valor del Camino del Cid, y por extensión de cualquier ruta de estas características: lo más importante, la joya de la corona, es la gente. Todos los viajeros nos dicen lo mismo. Es curioso, pero esto no se percibe en los reportajes de viajes: al tío de pueblo se le agarra desde la anécdota: la boina, el porrón, cosas así. Es como esos reporteros de televisión que van a los pueblos y les preguntan a la gente como si fueran niños, ya sabes: "Uy que bien se conserva, Doña Cloti, ¿y le gusta mucho su pueblo?". Todo, de nuevo, muy tópico.
De algún modo en las ciudades se nos programa culturalmente para actuar con esa suficiencia y ver los pueblos casi como museos etnográficos. En mi caso creo que soy una persona curiosa, y me interesa mucho la Naturaleza en sus aspectos más básicos como, por ejemplo, el funcionamiento de las cosechas. Me gusta saber cómo el ser humano interactúa en la Naturaleza y cómo la modifica y cómo esta, a su vez, le moldea. Viajar por entornos rurales con la curiosidad por maleta te da grandes posibilidades, es casi un lujo, porque la gente está deseosa de hablar y de ofrecerte su tiempo. Es muy fácil entrar en las casas de la gente.
 
Sí, es curioso, porque como viajeros nos empeñamos en hacer fotos de todo lo que se pone por delante, sobre todo de monumentos, pero al final, de lo que realmente nos acordamos, es de las experiencias que hemos tenido con las personas con las que nos hemos ido encontrando. Ahí está realmente la gracia del viaje: en todo aquello que no esperamos y que nunca encontraremos en una guía.
Puede sonar muy exagerado, pero mira: tú puedes visitar la catedral de Burgos o de Valencia, y seguro que te va a gustar, pero la sensación de llegar a un pueblecito, y que de repente uno de los paisanos con los que estás hablando se vaya a su casa, traiga las llaves de la ermita románica, y te la abra sólo para ti mientras te cuenta un montón de cosas sobre lo que otros viajeros o algún experto en románico le han contado antes, todo ello bien trufado de anécdotas de cuando llegó un americano que quería comprar el pórtico por cuatro duros en 1929 y vete a saber qué más, eso no tiene precio. Eso no lo olvidas nunca. Prefiero una ermita para mí solo que una Catedral de Chartres compartida con dos mil personas.
 
Y para terminar, como viajero ¿qué es lo que resaltarías del Camino del Cid?
Claramente, y aunque suene a topicazo, su diversidad. Hay ciudades grandes, pueblos pequeños y algunos diminutos, caminos de todo tipo, carreteras de todo tipo, una realidad sociológica muy diferente; valles, montañas, playas y todo lo que quieras. Y luego ese punto de evocación medieval que yo encuentro, más allá de los restos arquitectónicos, en el paisaje, y también en los caminos pequeños por los que difícilmente puede pasar un todoterreno: la posibilidad de recorrer esos caminos que quizá lleven siglos abiertos, y que se trazaron para responder a una necesidad que a lo mejor hoy ha desaparecido, es en realidad la materialización de una forma de pensar muy antigua, y por ello resulta muy emocionante. La Edad Media no está sólo presente en los restos arquitectónicos sino en los caminos pedregosos.
 
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