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Por qué nos gusta Socotra, la isla de los genios

Camino del Cid

Alberto Luque Cortina

Socotra es una isla situada en el océano Índico, frente a la costa de Somalia.

Mi viaje a Socotra comienza en un pueblo soriano del Camino del Cid llamado Abanco; se encuentra en las proximidades de la sierra de Pela, al sur de la provincia. Abanco es muy pequeño, tiene un habitante. A pesar de estar formado por un núcleo reducido de casas y algunos cobertizos arruinados, cuenta con una esbelta iglesia de estilo barroco y una casa palacio de la misma época cuya opulencia contrasta con la sencillez del resto de edificaciones.

Mi interés por Abanco se centra en una vieja atalaya musulmana sobre cuyos vestigios erigieron un vértice geodésico. De la torre casi no queda nada, pero su emplazamiento proporciona mucha información sobre su finalidad a finales del siglo X y principios del siglo XI: la vigilancia. En realidad toda la zona del Duero está plagada de este tipo de construcciones que se comunicaban entre sí con señales luminosas -reflejos del sol u hogueras-, y que avisaban en pocos minutos y a lo largo de un extenso territorio de la llegada de ejércitos enemigos.

El día que esa persona desaparezca
y Abanco pase a ser oficialmente un despoblado
todos habremos perdido algo


He pasado por Abanco tres veces, siempre con el deseo de hablar con el único habitante censado, pero no lo he conseguido pues siempre, quizá por timidez, he buscado el encuentro casual. Sólo sé de él que es vecino del pueblo "de toda la vida". Tengo la certeza de que el día que esa persona desaparezca y Abanco pase a ser oficialmente un despoblado todos habremos perdido algo. Algo muy importante. Un pequeño fragmento de nuestra memoria colectiva.

Inicialmente no parece que exista una relación entre Abanco y la isla yemení de Socotra, argumento del último libro de de Jordi Esteva (Barcelona, 1951), obra ganadora del V Premio de Literatura de Viajes Camino del Cid.

Socotra tiene un tamaño parecido a Mallorca. Allí viven, y en algunos casos en condiciones neolíticas, unos cuantos miles de personas de religión musulmana dedicadas principalmente al pastoreo de cabras. La geografía de la isla, en realidad un diminuto archipiélago, es arisca y cuenta con algunas cumbres que prácticamente irrumpen desde el nivel del mar y se elevan hasta los 1.500 metros de altitud. Su particular aislamiento ha permitido el desarrollo de plantas endémicas y árboles extrañísimos, como el adenio o el drago.

Situada en la ruta marítima hacia Oriente, su pasado legendario se remonta a los inicios de la navegación monzónica descubierta por los árabes. Por allí pasaron en busca de sus preciadas especias, y dejaron huella en sus escritos, comerciantes y marinos: Marco Polo, por ejemplo, aseguraba que en sus riscos nidificaba el mítico pájaro Roc.

La mayor parte de los grandes viajeros que yo conozco
forjaron su vocación en la infancia, entre mapas
y libros de exploraciones y aventuras


Para Jordi Esteva Socotra también es un viaje a los recuerdos de su infancia, cuando recorría con el dedo las geografías de un viejo mapamundi y pronunciaba los nombres, misteriosos, de remotos lugares. Socotra era uno de ellos

La mayor parte de los grandes viajeros que yo conozco forjaron su vocación entonces, entre mapas y libros de exploraciones y aventuras donde no faltaban las siluetas de aves monstruosas, desde los pájaros de Estinfalia a otros seres mitológicos, como grifos, harpías, piasas y, por supuesto, el pájaro Roc. De alguna manera ir a Socotra significaba saldar una deuda pendiente, una forma de viajar a un lugar, nuestra infancia, del que siempre estamos retornando.

En realidad hay algo onírico en esta narración, algo parecido al leve rastro de ensueño que dejan algunos cuentos orientales tras ser narrados. Esta sensación tiene que ver con ese regreso a la infancia pero también con el premeditado homenaje que Jordi Esteva hace a la tradición oral árabe que tan bien conoce.

Esta atmósfera está presente desde la primera página y desde la primera foto de las varias que ilustran el libro: se trata de un paisaje vegetal, casi con seguridad una fronda de copas de árboles y raíces aéreas, pero podría confundirse con un paisaje submarino, un bosque de algas. En conjunto, las fotografías en blanco y negro de Jordi Esteva nos recuerdan a las imágenes de los viejos libros de viaje de principios y mediados del siglo XX; muchas de ellas tienen como protagonistas a personas, casi siempre inmersas en los vastos paisajes de la isla que funcionan como los fantasiosos decorados de algunos cuadros renacentistas.

El mismo escritor, a través de un truco de la memoria, se convierte en personaje de su obra, alejándose de las clásicas crónicas de viaje y no dudando en utilizar recursos premeditadamente literarios ("Y en esas estaba yo?"), y a veces cinematográficos: "Ululó una lechuza y una corriente de aire abrió bruscamente la puerta".

Sin embargo, al llegar a Socotra, Esteva descubre que nadie conoce a Marco Polo ni ha oído hablar del pájaro Roc. Además, muchas de las viejas tradiciones de la isla, de origen pagano, desaparecieron con la llegada del Islam: al igual que sucedió con el cristianismo durante la Edad Media, los cultos arcaicos son despreciados y prohibidos en beneficio de una idea de progreso no exenta de contradicciones, como el trato discriminatorio a las mujeres, invisibles al escritor durante todo el viaje.

De día se viaja a las montañas, y por la noche a un lugar
más antiguo e impreciso a través de las narraciones


Para vencer la reticencia de los moradores de la isla a contar esas historias el propio Esteva narra a sus acompañantes algunos relatos escuchados en sus periplos por el mundo árabe. Y es aquí donde comienza el verdadero viaje por la geografía física, pero también espiritual, de la isla. Se viaja de día al interior de las montañas y se viaja de noche a un lugar más antiguo e impreciso a través de las narraciones de aquellos que juntos, compañeros eventuales, comparten su cena alrededor de una hoguera.

En un ambiente más próximo a Las mil y una noches que al estilo más o menos transitado de la literatura de viajes contemporánea, desfilan por las páginas de Socotra un buen número de personajes, cada uno de ellos con una historia que contar: Mahmud el marino, en busca de salazones de tiburón, quien compensa la hospitalidad del grupo de Esteva contando una divertida historia; el hijo del último sultán de la isla; un viejo venerable; un pastor de cabras; el hombre del fuego? Las historias que cuentan son muy diversas y desiguales, casi todas fantasiosas. Algunas se remontan a un tiempo impreciso y remoto: el Zaman, que viene a ser aquella "época en que cualquier hecho extraordinario podía suceder".

Socotra es, por encima de todo, un viaje feliz


Esta atmósfera, más propia de una Arcadia pastoril, impregna también la realidad: "A lo lejos se oía una flauta; ninguna luz en el horizonte. Podía estar en cualquier siglo". Y más adelante: "Una vez más (?) tuve la maravillosa sensación de encontrarme en un mundo antiguo".

Lo que más nos gusta de la narración de Esteva es que cuenta un viaje feliz, alejado del estereotipo occidental del viaje "exótico" sobrado de dificultades. En un momento de la narración Esteva nos describe cómo él y sus acompañantes se bañan en el océano Índico, rubricando la escena con la expresión: "¡Qué felicidad!". En estos instantes, tan sencillos y plenos, el lector se identifica con el autor, pues tiene la sensación de haber vivido ese momento, desde luego no en el Índico, pero sí en una solitaria poza natural del Jalón o del Mijares, al atardecer, en los alrededores de alguno de nuestros pueblos. A veces no hace falta mucho más. Los ojos de Jordi Esteva son los de un viajero experimentado que no deja de maravillarse ante los pequeños detalles, mínimas escenas cotidianas que describe con la eficacia y transparencia de un pintor holandés del siglo XVII.

Quizá muy pronto este mundo antiguo desaparezca con la construcción proyectada de grandes y lujosos complejos turísticos. Quedará, entonces, la memoria. Interrogado por los propios socotríes sobre el motivo de su viaje, el autor les responde: "Quiero viajar por las montañas (?) Quiero conocer vuestra historia, escuchar relatos alrededor de un fuego, leyendas, historias de yins (genios) o del ave Roc". Y luego precisa: "(?) me gusta que la gente me cuente esas historias, porque pronto las familias ya no se reunirán para oír a sus abuelos lo que les transmitieron los suyos, porque los hijos preferirán soñar con el último artilugio que salga".

Al final, lo que más me atrae de Socotra es que en su intento por preservar esa memoria, Jordi Esteva habla también del olvido. Y en esto existen enormes semejanzas con nuestros pueblos. Y es aquí donde regreso a Abanco, a su único habitante.

Una vez escuché decir que cuando un viejo se muere una biblioteca se quema. Si esto es así los campos del Camino del Cid están siendo devastados a diario por cientos de hogueras. Huele a papel quemado. Durante estos últimos años de espuma económica y al grito "¡Hay que recuperar nuestro patrimonio!", se han construido (pues hablar de rehabilitación es un eufemismo) herrerías, potros, hornos panaderos y hasta establos (¿?) todo como "antaño", réplicas de cartón piedra para turistas despistados. Y mientras, nuestro verdadero patrimonio, nuestro patrimonio inmaterial gestado durante generaciones (las canciones, los refranes, las historias, la tradición oral en definitiva), ha ido desapareciendo con los ataúdes camino del cementerio.

Nuestros viejos se mueren, nuestros pueblos se hunden, nuestra memoria se desvanece, pero el humo invisible de estas hogueras no molesta. Nos empeñamos, con toda lógica, en conservar nuestros monumentos que fotografiamos solitarios, sin atisbo de vida, exentos de la historia que los hizo posibles. A veces hacemos más caso a nuestra cámara de fotos que a las personas que encontramos en nuestro camino. Valdría la pena replantearse la esencia del viaje: para qué viajamos, qué nos enriquece. Jordi Esteva nos ofrece en Socotra, la isla de los genios algunas pistas importantes.

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  • El 18 de mayo de 2012 un jurado compuesto por Rosa María Calaf, Luis Alberto de Cuenca, Jacinto Antón y Miguel Gutiérrez Garitano eligió Socotra, la isla de los genios (Atalanta 2011) como ganadora del V Premio de Literatura de Viajes Camino del Cid.
  • Jordi Esteva es escritor y fotógrafo. Ha publicado diversos libros centrados en las culturas orientales y africanas. Su libro Los árabes del mar (Altaïr 2006) es considerado por la crítica especializada como uno de los grandes libros de viaje contemporáneos escritos en castellano. Es autor del documental sobre animismo africano Viaje al país de las almas, rodado en Costa de Marfil.
  • Socotra, la isla de los genios, fue publicado en 2011 por la editorial Atalanta, fundada en 2005 por Jacobo Siruela e Inka Martí.
  • El acto de entrega del V Premio de Literatura de Viajes Camino del Cid tendrá lugar el viernes, 13 de julio de 2012, a las 11:30 horas en la Sala Capitular del Real Monasterio de San Agustín, en la ciudad de Burgos.

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