Pero vamos a ver: el Cid, ¿es de derechas?
Alberto Luque Cortina
Desde hace muchos años el servicio de Alarmas de Google me envía todas las noticias de Internet que contienen las palabras "el Cid". El buscador es, supongo, sistemático, pero no selectivo, así que todas las mañanas me encuentro con un buen número de noticias dispares relacionadas, entre otros temas, con "el Cid" (el torero), "el Cid" (un club deportivo), "el CID" ( un centro de investigaciones) y también, por supuesto, con "el Cid", el personaje histórico y mítico.
Estas últimas, claro, son las que me interesan. A veces aparecen noticias de peso (investigaciones, ponencias, estudios históricos o literarios sobre el personaje, novelas, proyectos artísticos, etc.), pero la mayoría son noticias o artículos de opinión en los que el Cid aparece de forma tangencial, casi siempre como referente o punto de comparación; por ejemplo, cuando se quiere elogiar el carácter osado de tal o cual personaje se dice que es "más valiente que el Cid", o se dice de quien triunfa póstumamente que es como "el Cid, que ganó batallas después de muerto".
El Cid de todos los días
Me resulta imposible resumir la infinidad y diversidad de las expresiones en las que el Cid es utilizado para ensalzar o denostar a un personaje de más actualidad: sin ir más lejos, hace un par de meses el Telegraph, un periódico británico, comparaba al presidente Rajoy con el Cid (?), y este es solo un ejemplo.
En mi opinión lo que evidencia este hecho es que más de 900 años después de su muerte el Cid sigue vivo en el imaginario popular, no solo para quienes honran su memoria sino también para quienes la reprueban. Ambas actitudes son, en el fondo, las dos caras de una misma moneda: el Cid es un mito, y como tal muchos de nosotros tenemos nuestra valoración -positiva o negativa- del personaje, a veces construida sin excesivo criterio con retazos históricos o literarios y recuerdos personales (supongo que muchos españoles cuando se imaginan la cara de Rodrigo aún le ponen el rostro de... ¡Charlton Heston!).
En resumen: la presencia ocasional del Cid en nuestras conversaciones resulta natural, no choca, no llama la atención, es inteligible, no requiere de explicaciones y parece consustancial a nuestro vocabulario. ¿De cuántos personajes de la Edad Media hispánica puede decirse lo mismo? Y voy más "lejos": ¿qué personajes históricos españoles -es decir, no contemporáneos- son reconocibles fuera de nuestras fronteras? Volveré luego a este tema.
Eres más de derechas que el Cid
Dentro de las expresiones "negativas" me llama la atención el uso del Cid para tachar a alguien de conservador e incluso un poco "casposillo", diciendo que "es más de derechas que el Cid". Hombre... el Cid, de derechas... Doy por sentado que quienes opinan así, o de modo parecido, son conscientes de la anacronía: el Cid no es (no pudo ser) de derechas, ni de izquierdas, ni librepensador: estos son términos contemporáneos que no encajan ni con calzador en los parámetros de la época. Además, aunque forzáramos la analogía al límite, estas afirmaciones atribuirían al Cid una manera de pensar de la que sabemos muy poco.
Por sus hechos deducimos que fue un gran estratega, un hábil diplomático y un temible guerrero. A través de los hechos históricos que conocemos hemos interpretado y construido, con criterios actuales, su perfil psicológico. Yo he oído de todo: fue un caballero valiente, leal y magnánimo, un hombre muy religioso, un descreído, un ladrón, un asesino, e incluso, vaya, un tipo de derechas. En realidad, ¿qué sabemos de su carácter? ¿Era impetuoso o reflexivo? ¿colérico o imperturbable? ¿sencillo u orgulloso? ¿amable o descortés? ¿fiel o rebelde? ¿indulgente o rencoroso? ¿tolerante o intransigente?
Cada cual tiene su opinión. Lo único que yo me atrevo a asegurar es que fue un hombre de su época, y que buena parte de las virtudes o defectos que se le atribuyen son aplicables a cualquiera de los personajes del momento. Al final, lo que nos fascina del Cid, al menos a mí, es que fue un tipo que venció a su propio destino. En una época en la que quien nacía campesino moría campesino, y quien nacía príncipe primogénito moría rey (salvo que antes de la coronación se interpusiera, por ejemplo, la espada de un hermano o familiar cercano), la existencia de Rodrigo Díaz, un "noble" o "infanzón" castellano, como tantos otros, jamás debería haber pasado a la Historia. Pero lo hizo, y no murió entre sus molinos del río Ubierna o anónimamente en el campo de batalla, sino en Valencia, y con el título de príncipe.
Creo que esto fue lo que también sedujo a las generaciones inmediatamente posteriores, especialmente a los hombres de frontera en el siglo XII: pioneros y colonos que vivían en condiciones de extrema dureza, afanados en mejorar sus condiciones, a veces abandonados a su suerte por la nobleza, y que vieron en el Cid un referente y una esperanza.
Así nació el mito, y es en este ambiente en el que cobran especial significación algunos versos del Cantar: "¡Dios que buen vasallo si tuviera buen señor!", "Quien en un lugar mora siempre lo suyo puede menguar", "Con lanzas y con espadas hemos de resistir / si no en esta dura tierra no podríamos vivir". El poeta anónimo del Cantar no estaba loando al Cid, sino a aquellos que en ese momento le escuchaban y que se veían reflejados en las vicisitudes de Rodrigo.
Es verdad que la "fiebre" del mito cidiano ha fluctuado desde su creación. Los distintos avatares históricos, además, han modificado la percepción del personaje, en continua transformación: desde la exaltación romántica, pasando por el oportuno (aunque a veces mal interpretado) regeneracionismo de Joaquín Costa, hasta la casi glorificación del personaje por el franquismo. El régimen de Franco construyó para sus propios intereses un Cid heroico, modelo de virtudes, que encarnaba la más alta expresión del "Espíritu Nacional". Vaya, ni el mismo Cid habría aspirado a tanto.
Es este último "Cid" en el que piensan quienes utilizan la expresión "ser más de derechas que el Cid": no en el Cid histórico, ni tampoco en el literario, sino en una interpretación puntual, y ya caduca, del mito convertido en propaganda. Y aún así, tampoco debe olvidarse que escritores e intelectuales que sufrieron el exilio (como María Teresa León, Alberti, o Max Aub, entre otros), defendieron el valor del mito literario encontrando en su experiencia personal analogías con el destierro igualmente injusto, al menos según la leyenda, de Rodrigo.
El valor actual del mito
Afortunadamente los tiempos cambian. Los estudios históricos ubican en sus correctas coordenadas al Cid de carne y hueso; los estudios filológicos aclaran múltiples aspectos de esta gran obra literaria que es el Cantar de mio Cid (no lo olvidemos: uno de los grandes poemas de la épica europea), y el mito cidiano se ha atenuado o al menos ha suavizado sus aristas sin perder por ello interés.
Nosotros, desde el Consorcio Camino del Cid, somos muy conscientes de esto, pues percibimos en el día a día la atracción que este personaje despierta fuera de nuestras fronteras. Para los extranjeros interesados en la lengua y la cultura españolas, potenciales visitantes de nuestro país, ajenos a estas visiones caducas, el Cid es un excelente anfitrión que puede animarles, y de hecho así sucede, a visitar nuestros territorios, a conocer nuestra historia.
A nosotros, desde el Consorcio, nos gusta pensar que el Camino del Cid es un itinerario geográfico, pero también histórico: el primero se prolonga a lo largo de 2.000 km, y el segundo desde el siglo IX al XIII, ya que la vida de Rodrigo (s. XI) y el Cantar (s. XIII) difícilmente pueden comprenderse fuera de este entorno temporal. En este periodo sucedieron muchas cosas, no sólo batallas: también movimientos migratorios y artísticos, revoluciones agrícolas, influencias culturales, transacciones comerciales de todo tipo, etc.
Esta es la historia que querríamos contar en los próximos años. Lejos de devorar lo que se encuentra alrededor o ensombrecerlo con su potente figura el Cid puede servir para dar a conocer este periodo y poner en valor a otros personajes, sucesos y lugares menos conocidos.
Junto con el Don Juan y, por supuesto, El Quijote, el Cid es uno de los personajes literarios españoles más conocidos en el extranjero, aunque a diferencia de estos, Rodrigo Díaz existió. ¿Cuántos países y ciudades europeas estarían deseosos de tener un referente de este calado? Si miramos a Europa y al ejemplo que nos ofrecen otras ciudades que utilizan a sus personajes como reclamo turístico, es insólito que el Cid no cuente siquiera con un museo o un centro de visitantes propio, un espacio que utilice el referente cidiano como lanzadera turística.
Sería muy interesante que las administraciones estudiaran seriamente esta posibilidad, sin complejos del pasado. Se trata de rentabilizar la figura del Cid (él lo hizo). La simple veneración o descalificación del mito, y de eso en España sabemos mucho, no genera oportunidades de negocio ni crea puestos de trabajo.
Nos vemos, como siempre, caminando.