Donaciano Fontúrbel: “Caminar te permite rumiar la vida”
Donaciano Fontrbel en una de sus ltimas visitas a las oficinas del Consorcio Camino del Cid
Patricia Ansótegui
Llego puntual a mi cita y un amabilísimo Donaciano pide a su hija que saque unos bombones para endulzar la charla que vamos a mantener durante las próximas tres horas. Antes, Ana, ya me ha ofrecido un café que rechazo ya que no me termino de acostumbrar a la cafeína más allá de las doce.
En apenas unos meses, el próximo 7 de agosto, Donaciano Fontúrbel (Galarde, Burgos, 1928) cumplirá 95 años. Mientras me entretengo con el intenso azul de sus ojos, su hija me explica que hace prácticamente dos décadas, su padre celebró el cumpleaños en pleno Camino del Cid y es que en 2003 decidió embarcarse en la aventura de recorrer andando el itinerario, de Vivar a Valencia, en solitario y con pocos recursos económicos.
Preveo que no va a ser una entrevista al uso. Me pienso si coger un bombón o no. Al final no lo hago ya que Donaciano interrumpe mi pensamiento mostrándome algo que tiene en sus manos. Es una placa metálica de las balizas senderistas del Camino del Cid.
- Me la encontré hace muchos años, estaba en el suelo, por la zona de Cortes – me explica.
- Sí, son nuestras. Son las placas que coronan nuestras balizas. Algún desaprensivo tiene por costumbre robarlas aunque no sé muy bien para qué. Además, viajar con un destornillador me parece absurdo, la verdad.
Donaciano asiente mientras juega con la placa haciéndola girar entre sus manos. Ordena a su hija que saque recortes de prensa y fotografías. Ella insiste en que “ponga literatura” a las imágenes:
- Tienes que poner en orden los recuerdos, papá.
No dice que sí, tampoco que no. Me muestra una cuartilla cuadriculada con una caligrafía impoluta. Logro adivinar unos versos del Cantar.
- Esto es lo que más me animó a hacer el Camino del Cid.
- ¿Es el Cantar? – le pregunto.
- No son los versos del Cantar, son estos versos. Mi mujer se los aprendió desde niña y siempre que nos reuníamos con la familia los recitaba. ¡Y cómo lo hacía! Los declamaba tan bien, tan bien…
Me da la impresión de que intenta averiguar algún nuevo detalle observando la cuartilla. Finalmente dudo que lo consiga ya que estoy convencida de que la ha tenido en las manos en infinidad de ocasiones.
Me muestra ahora un sobre.
- De esto también estoy orgulloso – subraya.
Lo abre con cuidado y extrae un cartón que comienza a desplegar metódicamente. Es el primer salvoconducto extraoficial que conozco.
- En el Camino de Santiago – que habré recorrido unas quince veces - llevaba la credencial pero en el Camino del Cid no existía. La mandé hacer. Cuando salí la firmó el presidente de la Diputación de entonces, Vicente Orden Vigara y el alcalde Burgos, Juan Carlos Aparicio. Luego fui sellándolo por los sitios por los que pasaba.
- Será el único viajero que tenga un documento así - le digo.
- Creo que soy la primera persona que ha hecho el Camino del Cid andando.
- Menéndez Pidal lo recorrió junto a su mujer aprovechando su luna de miel y otros viajeros a finales del XIX también lo hicieron.
- Es probable – me dice – pero no tienen un documento sellado como yo de los lugares por los que han pasado.
No me atrevo a rebatirle y continúa explicándome que cuando llegó a Valencia, en el ayuntamiento, le recibió el segundo de a bordo.
- Rita Barberá estaba de vacaciones y el alcalde en funciones ejerció de anfitrión. Me firmó el documento y me invitó a asomarme al balcón. Hace veinte años eso solo se lo permitían a unos pocos – recuerda orgulloso.
Acreditacin de Donaciano Fontrbel con los sellos de las localidades del Camino del Cid
Sobre la mesa también hay un libro “La leyenda de Cardeña”. Le pregunto por él.
- No sé quién me lo dio, cómo llegó a mí. Quizás me lo entregó el Hermano Luis, del Monasterio. Hablaba mucho con él. Yo creo que esas conversaciones también me animaron a hacer el Camino del Cid – recuerda.
- Los monjes pueden llegar a ser muy persuasivos – bromeo para a continuación preguntarle cómo se tomó su familia y su entorno su decisión de recorrer el itinerario.
- Muchos me preguntaban qué buscaba, qué pretendía, a qué iba.
- ¿Y qué les decía? – pregunto.
- Que iba a rumiar la vida.
- ¿Y consiguió hacerlo?.
- Sí, caminar como lo hago yo, te permite recordar qué es lo que eres y lo que no.
Definitivamente descarto coger el bombón. Me distraigo mirando las fotos y los recortes de prensa que se acumulan sobre la mesa y Ana le pide que me explique la experiencia que vivió en el Camino del Cid.
- ¿La de Teruel? - pregunta.
- Sí, papá, la de Teruel - le responde.
- Cerca de Mosqueruela iba caminando por una carretera en la que no cabían ni dos coches. Empezó a tronar y comenzaron a caer rayos por todas partes. Me tuve que tumbar en la cuneta procurando tapar todos los elementos metálicos que llevaba encima. Creí que no lo contaba, en aquel momento me acordé de toda la familia. Cuando los rayos dejaron de caer me levanté y ví que no había caído ni una sola gota. Pasé muchísimo miedo. Cuando muera quiero que lleven mis cenizas a mi pueblo – Galarde – a los Sagrados Corazones de Miranda de Ebro – donde estudié – y a este punto en concreto del Camino del Cid, si es que se acuerdan los que se quedan.
- Es curioso – apunta Ana –mi padre se acuerda de este tipo de detalles del viaje.
- Es bastante habitual – al menos entre nuestros viajeros – recordar una experiencia más allá de la solemnidad de una iglesia, de un monumento – les digo invitando a Donaciano a que me relate algún otro recuerdo de su paso por el Camino del Cid.
- Me acuerdo mucho de la gente que, en general, se portó fenomenal conmigo. Recuerdo precisamente cuando llegué a Mosqueruela que había una comida popular. Pregunté si podía comer allí y me dijeron que todos los sitios estaban ocupados pero apareció un grupo de tres personas y uno de ellos (recuerdo que llevaba coleta) me dijo que me podía sentar en su mesa ya que habían reservado para cuatro y les sobraba un sitio. Cuando fui a pagar, se habían adelantado y habían abonado lo mío. Me llevaron en su coche al pueblo. Llevaban el maletero lleno de instrumentos. Paramos en una casa que había en la plaza, justo al lado de la iglesia. Me ofrecieron una habitación y cuando entré estaba todo limpísimo. Me enseñaron la cocina y me invitaron a coger lo que quisiera cuando me levantara. Al poco me enteré que el de la coleta era el cura.
Algunos de los recortes de prensa que Donaciano custodia en su domicilio
Entiendo que la sensación de soledad que podía tener Donaciano quedaba atenuada por la hospitalidad de la gente que iba encontrando en el Camino. Me muestra nuevos recortes de prensa y otra fotografía.
- Aquí estoy con un ATS que me curó los pies – me dice mientras sonríe mirando la imagen.
Percibo cierto aire socarrón.
- ¿No todo el mundo fue tan bueno, Donaciano?.
- Recuerdo que en un pueblo comenzó a llover. Le pedí a un matrimonio que cubriera mi mochila con la capa para que no se mojara. La mujer agarró del brazo a su marido diciéndole que ni se le ocurriera tocarme. Supongo que las barbas que llevaba no ayudaban mucho (risas).
- ¡Pero es que tenías que ver cómo salía y cómo llegaba! – dice su hija.
- Aún así no dudaste en continuar ¿o te planteaste abandonar el Camino? – le pregunto.
- Salía todos los días a las seis de la mañana y hacía unos 30 kilómetros diarios excepto uno que llegué hacer 60. ¿Y abandonar?, nunca. Siempre mantuve la voluntad de ir hacia delante. Una vez me metí en un barrizal y allí estuve durante un cuarto de hora sin poder salir pero bueno, al final lo conseguí.
- Supongo que esas experiencias le harían más fuerte – le digo.
- El Camino del Cid es para sufrirlo, yo voy andando, sufro y estoy contento.
- Fíjate mi hermano, que era scout, cuando tenía prevista una salida si nevaba mi madre proponía anular la marcha, mi padre decía que no, que debía ser austero y salir con todas las consecuencias.
- Austero casi casi como el Cid – no puedo evitar hacer la comparativa lo que me da pie a preguntarle qué opinión tiene del personaje.
- Hay que ser un poquito burgalés para juzgarlo - subraya - creo que fue un gran estratega y un gran juez. Tenía sus cosas pero oye, también tenía que alimentar a su familia, mantener su casa, a sus soldados pero insisto, como juez era una cosa extraordinaria. Lo que a mí me extraña es que entregase a la mujer y a las hijas a San Pedro de Cardeña – expresa pensativo.
Veo que son más de las dos del mediodía. Donaciano se ha saltado una cita médica para hablar conmigo. Le pregunto si aún tiene previsto salir.
- Lo hago por obligación, me recomiendan hacer ejercicio.
- Si mi padre está así es por todo lo que ha caminado. Ahora tiene la ayuda del andador pero si no llega a ser por todo lo que ha hecho hoy estaría en una silla de ruedas - explica su hija.
- El calimocho que no perdona a la hora de comer ¿también habrá ayudado algo, no Donaciano? - le pregunto con complicidad.
- También, también (sonríe).
Me voy despidiendo y me enseña unas camisetas que regala a todo aquel que se interesa por conocer su aventura por el Camino del Cid. Me quiere obsequiar con una. Le digo que mejor para la próxima ocasión ya que en primavera nos hemos citado en Vivar del Cid. Lo que si me llevó es un bombón. Lo acompañaré con un café a pesar de la hora que es. La conversación con Donaciano bien merece la excepción.