EL CAMINO DEL CID: LA RUTA DE LAS TRES TAIFAS POR ZARAGOZA, GUADALAJARA Y TERUEL
Texto y fotos: Alberto Luque Cortina
Una de las peculiaridades del Camino del Cid es que sus diversas rutas nos permiten avanzar geográficamente desde el interior de Castilla hasta el Mediterráneo, pero también posibilita avanzar cronológicamente por el lapso temporal que separa los intentos de los colonos de la cuenca del Duero por sobrevivir a los ataques califales en el siglo X, de la conquista de Valencia por Jaime I en 1238. Entremedias está la figura histórica del Cid (siglo XI) y la literaria (finales del siglo XII o principios del siglo XIII) que une y da sentido a una serie de poblaciones con una intensa historia medieval.
La ruta de las Tres Taifas puede comenzarse en la localidad zaragozana de Ateca o en la vecina Calatayud, y termina 300 km después en Cella (Teruel). Tiene como argumento el paso del Cid y de sus gentes por estos territorios: lugares que aparecen citados en el Cantar de mío Cid como simples lugares de paso o bien como enclaves geoestratégicos de gran importancia desde los cuales los hombres del Cid se lanzaban al saqueo.
Pero, además, las localidades que vamos a recorrer nos cuentan otras historias, posteriores en el tiempo pero muy interesantes, que tienen como protagonista a Alfonso I el Batallador. Aunque Alfonso I conquistó Calatayud en 1120, veintiún años después de la muerte de Rodrigo, es posible, como apunta Gonzalo Martínez Díez, que en 1097 ambos combatieran juntos contra los almorávides en Bairén (Gandía), en compañía de Pedro I de Aragón, hermano del por entonces jovencísimo Alfonso.
Ateca, Zaragoza.
La sombra de Alfonso I se proyecta, así, sobre esta ruta que comienza en Ateca (Zaragoza), en cuyos alrededores tuvo lugar la batalla de Alcocer: allí, según narra el Cantar, el Cid se enfrentó en cruenta batalla a un ejército almorávide llegado de Valencia.
No existe constancia histórica de que esta batalla tuviera lugar, e incluso se dudó durante mucho tiempo de la existencia de esta villa fortificada -Alcocer-, hasta que a finales del siglo pasado arqueólogos aragoneses descubrieron su enclave. ¿Tuvo realmente lugar esa batalla o sólo sucedió en la imaginación del poeta? Quedan muchos interrogantes por resolver, y a ello ayudarán sin duda las excavaciones arqueológicas que la Diputación de Zaragoza viene realizando en la zona desde hace años.
De un modo que nos recuerda a las películas épicas de la actualidad, el poema nos cuenta que el choque fue muy sangriento: espadas, mallas y pendones teñidos de rojo; tajazos capaces de cortar a un hombre en dos; caballos sin jinete galopando por la llanura. La batalla finalmente se decantó del lado de los desterrados. Y con la victoria el recuento de ganancias y de muertos imposibles: miles de los suyos por quince cristianos, sólo Álvar Fáñez despachó a treinta y cuatro. Los jefes del ejército almorávide derrotado, Fariz y Galve, lograron huir y se refugiaron el uno en Terrer y el otro en Calatayud, y hacia allí nos encaminamos.
Castillo de Ayub. Calatayud, Zaragoza.
Calatayud era, a principios del siglo XI, una de las principales ciudadelas militares de la taifa de Zaragoza. Desde allí se controlaban los pasos naturales del valle del Jalón y del Jiloca. Hoy día podemos comprender su importancia recorriendo su complejo amurallado islámico, uno de los más importantes de nuestro país.
En 1120 Alfonso I conquistó la ciudad a los almorávides, pero la población siguió siendo principalmente musulmana. La vida en la frontera era muy dura, y los colonos cristianos escasos. Prueba de ello es el fuero concedido por Alfonso en 1131, en el que se perdona las penas a quienes se establezcan en la población, incluidos los homicidas y raptores. La presencia musulmana es hoy muy visible en Calatayud gracias al arte mudéjar, declarado Patrimonio de la Humanidad en 2001, que tiene en el claustro y la torre de la colegiata de Santa María, construida sobre la antigua mezquita mayor, uno de sus más gozosos ejemplos.
Versos del Cantar en Calatayud, Zaragoza.
Desde Calatayud el camino por carretera remonta el valle del Jiloca por pequeñas poblaciones, algunas de las cuales (Paracuellos del Jiloca, Maluenda, Fuentes de Jiloca, Montón o Villafeliche) conservan parte de sus castillos y murallas. El viejo castillo de Maluenda es de origen islámico. En el año 937 Abderramán III puso sitio a la fortaleza, donde se había refugiado en rebeldía uno de sus gobernadores. La torre albarrana o la iglesia gótico-mudéjar de La Asunción son algunos ejemplos del valioso patrimonio que encierra esta pequeña localidad.
Maluenda, Zaragoza.
Estos castillos tenían como principal función vigilar el paso por el fértil valle del Jiloca, donde se asienta una de las ciudades medievales más atractivas de esta ruta: Daroca. Villa monumental, fue fundada por árabes yemeníes al principio de la conquista, en el siglo VIII. Posee un increíble cinturón de murallas visitable que parecen proteger un patrimonio único que incluye varias iglesias de origen románico (San Juan, Santo Domingo y San Miguel).
Daroca, Zaragoza. Santiago Cabello.
En 1090 el Cid y el conde catalán Berenguer Ramón II, al que había derrotado meses atrás en el Pinar de Tévar, firmaron aquí un acuerdo por el que Berenguer cedía el cobro de las parias de Lérida, Tortosa y Denia, lo que fortaleció enormemente la figura del Cid en el área del Levante.
Desde Daroca nos desplazamos a Gallocanta, lugar que algunos estudiosos identifican con Alucad, uno de los campamentos del Cid desde el cual, según el Cantar, Rodrigo atacó Huesa del Común y Montalbán en una correría que duró diez días y que rememora el anillo de Montalbán, con inicio y final en Calamocha. Por lo que se refiere a la Historia, en la primavera de 1088 el Cid acampó en esta localidad (Calamocha), que pertenecía a la taifa bereber de Albarracín, y aquí recibió a los enviados de su emir, Abu Marwan ibn Razin, para negociar el pago de tributos.
Huesa del Comn, Teruel.
El anillo de Montalbán nos sumerge en una naturaleza agreste donde sobresalen los castillos de Monforte de Moyuela y Huesa del Común, este último en un peñasco dentado de difícil acceso e increíbles vistas, y tiene su epicentro en Montalbán, sede de la Encomienda Mayor de Santiago.
Montalbn, Teruel.
Muy cerca de Calamocha se encuentra El Poyo del Cid. Aquí, según el Cantar, Rodrigo instaló uno de sus campamentos principales. Desde la posición fortificada en el cerro de San Esteban el Cid “literario” impuso su ley en los territorios de Daroca, Molina de Aragón, Cella y Teruel.
La subida al cerro nos proporciona una excelente panorámica del valle del Jiloca: una extensa llanura por la que pasaron ejércitos, bandas armadas y comerciantes que encontraban en las pequeñas fortalezas que jalonan el camino un lugar para el refugio o bien una fuente inminente de problemas. Años después, en 1124, la necesidad de contar con puntos seguros llevaría a Alfonso I el Batallador a fundar en Monreal del Campo una cofradía militar cuya misión era la de patrullar los accesos por el valle al reino de Zaragoza y asistir a los que transitaban aquellas tierras, lo que demuestra la peligrosidad de estos territorios recién conquistados.
El Poyo del Cid, Teruel.
Desde Monreal del Campo seguimos las huellas del Cid, y también las del Batallador, hacia Molina de Aragón, conjunto histórico-artístico que nos sorprende con su formidable castillo, uno de los más armoniosos de todo el Camino del Cid. En la segunda mitad del siglo XI, tras la caída de la taifa de Toledo en manos de Alfonso VI, Molina era un señorío autónomo que se inclinaba según las circunstancias hacia los poderes musulmanes de Zaragoza o Valencia.
Castillo de Molina de Aragn, Guadalajara.
Según los versos del Cantar, Molina representa la hospitalidad árabe: su señor musulmán, Avengalbón, acoge y protege a los amigos y familiares del Campeador. La historia, sin embargo, nada nos dice de esta posible relación con el Cid. Sabemos que por entonces Molina era un feudo bereber de naturaleza militar y que su gobernador, Ibn Galbún, formaba parte de la coalición musulmana que fue derrotada por Alfonso I en la batalla de Cutanda. Fue precisamente el rey aragonés quien, en octubre de 1127 puso sitio a su castillo. Molina acabaría rindiéndose tras quince meses de asedio, aunque pronto sería abandonada.
Santuario de la Hoz, Guadalajara.
Desde Molina nos sumergimos en el Parque Natural del Alto Tajo. A través de paisajes boscosos y serranías entramos en pequeñas poblaciones inmersas en lo que hoy nos parece un paraíso natural. Mil años atrás la percepción de sus esforzados pobladores debió de ser menos sugestiva y más temerosa. Quizá el mensaje más claro que nos dejaron estos colonos sea la pequeña iglesia de Teroleja, el último ejemplo de románico rural en nuestro camino. En uno de sus canecillos puede verse la cabeza de un oso, animal que sin duda abundaba en estas tierras. La sencillez de la talla nos habla de sus pobladores, de sus miedos y sus afanes.
Teroleja, Guadalajara
Después de atravesar Orihuela del Tremedal por parajes de sierra alta con extensas masas de pinares llegamos a Bronchales, lugar donde la familia del Cid y algunos de sus buenos caballeros pernoctaron, según el poema, en su viaje a Valencia. A menos de treinta kilómetros se encuentra una de las joyas del Camino del Cid: Albarracín.
A los ojos del viajero contemporáneo Albarracín es uno de esos lugares de recuerdo inolvidable: su alcázar y murallas, la catedral gótico-renacentista o las pinturas rupestres declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1998 se suman a un conjunto urbanístico muy singular y de gran fuerza evocadora.
Albarracn, Teruel.
Albarracín se independizó como taifa en el siglo XI, tras la desaparición del califato. Con la llegada de los almorávides pasó a depender del reino de Valencia. Entre 1167 y 1170 ibn Mardanis, rey de Murcia y de Valencia, más conocido como el rey Lobo, cedió Albarracín a Pedro Ruiz de Azagra, un caballero navarro que prestaba sus armas al servicio del rey musulmán. Pedro Ruiz de Azagra levantó un señorío independiente que contaba con obispado propio y que perduró hasta 1284, año en que se sometió al dominio aragonés.
En tiempos del Cid, Albarracín era aún capital del reino bereber de los Banu Razin. Aunque su emir, Abu Marwan, rendía tributos a Rodrigo desde 1088, las relaciones siempre conflictivas entre ambos señores propició en 1093 un ataque de castigo por parte del castellano, que probablemente estuvo a punto de morir de un lanzazo en el cuello durante una refriega en los alrededores de la ciudad. El Cantar, sin embargo, ofrece una visión menos beligerante al describirla como lugar de paso y cobijo para los familiares del Cid.
Cella, Teruel.
Desde Albarracín ya sólo nos queda seguir el viejo acueducto romano, el “canal” citado en el Cantar, que nos lleva hasta Cella, localidad conquistada por Alfonso I en 1127. Cella es, según el poema, el lugar que el Cid elige para, tres años después de abandonar Castilla, esperar a todos aquellos que quieran acompañarle a conquistar Valencia: “A quien quiera ir conmigo a cercar Valencia / todos vengan de su grado, a nadie se le apremia / tres días les esperaré en el Canal de Cella”.
Y es aquí donde finaliza nuestro viaje, con el deseo de regresar pronto al Camino y acompañar a Rodrigo por tierras de Teruel y Castellón a la conquista, esta vez pacífica, de la ciudad soñada por el Cid.
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