Pasar al contenido principal

Viajar en invierno por el Camino del Cid

¿Vas a esperar otra vez a la primavera, o vas a disfrutar del invierno?

 

Alberto Luque Cortina

¿Te has planteado alguna vez de coger el coche y hacerte un gran ruta en invierno? ¿Tienes unos días de vacaciones y no sabes cómo utilizarlos? ¿Has sentido el cosquilleo de preparar la bici y lanzarte al interior a pesar de las voces de prudencia de quienes te rodean? ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene viajar en invierno por el Camino del Cid? Aquí te lo contamos y te damos algunos consejos. 

Lo primero es desechar algunas ideas preconcebidas: la primera es la climatología. Imaginamos el invierno como una larga noche de frío y nieve, pero esto -quizá desgraciadamente- ya no es así. Ni nieva tanto ni hace tanto frío, y aún haciéndolo, tanto los alojamientos como las ropas que utilizamos ofrecen un nivel de confortabilidad muy alto, hasta el punto que en muchos casos resulta más molesto el calor metálico de agosto, del que difícilmente podemos escapar, que las bajas temperaturas, de las que podemos defendernos.

Este hecho es aún más matizable si consideramos que en el Camino del Cid hay dos espacios geográficos muy diferenciados: el interior y la zona de costa de la Comunidad Valenciana. En esta, las temperaturas son más bien suaves, y una vez pasada la época de lluvias, entre octubre y diciembre, pasa a convertirse en un escenario idóneo para el callejeo y el senderismo, siempre y cuando uno no olvide el abrigo en casa.

Un paisaje nevado siempre es un espectáculo:
los campos se transfiguran, los ruidos se amortiguan
y surge el silencio

La nieve, que puede ser un verdadero incordio para los coches, se ha ido convirtiendo progresivamente en un aliciente para los senderistas y los usuarios de bicis BTT. No os voy a engañar: soy un defensor de las rutas en invierno. El senderismo invernal es de sobra conocido, pero cada vez es más frecuente ver "bicicleteros" disfrutando de los días nevados. Es un espectáculo: el paisaje se transfigura, los ruidos se amortiguan, el silencio está mucho más presente. Si no lo has experimentado nunca, te gusta la bici y tienes la suerte de que en tu zona nieve, coge la bici y prueba; no te arrepentirás.

La nieve, en realidad, no es un problema: es una bendición. El problema son sus consecuencias: el hielo en la carretera, y el barro en los caminos. Contra esto hay muy poco que hacer, salvo retrasar la hora de salida (lo cual siempre es conveniente) y en el caso de las bicis BTT evitar los caminos susceptibles de embarrarse con facilidad (nuestras topoguías suelen describir el tipo de firme, una pista muy importante de cara a tomar una decisión) y elegir alguna de nuestras carreteras secundarias, igualmente atractivas y divertidas de recorrer. En todo caso no olvidemos que los índices de pluviosidad son en esta época del año menores que en otras, mucho más óptimas para el viaje, como la primavera. La gran diferencia con esta son las horas de luz y la temperatura: los rastros de una tormenta en primavera son mucho menos perdurables que el de una tormenta invernal, aunque esta descargue menos agua.

En realidad, la gran desventaja del invierno respecto del resto de las estaciones, no es el clima, sino las horas de luz. La media de horas de luz en invierno oscila entre las nueve horas en diciembre y las doce en marzo, mientras que en junio sube a 15 horas. Este hecho condiciona el viaje, en algunos casos para mal (por ejemplo, cuando viajas con niños: a ver qué haces con ellos, sobre todo si son pequeños, en el hotel a las siete de la tarde), y en otros para bien, me explico: se trata de acomodarte a esa situación. El hecho de detener tu movimiento a las siete de la tarde te puede llevar a aprovechar el viaje de un modo diferente, para descansar más o gozar con tranquilidad de una buena lectura pendiente -esto si viajas solo-, o disfrutar más tiempo con tu pareja o tus amigos, si viajas acompañado.

Adaptación: esta es la clave. En invierno todo es distinto y,
en muchas ocasiones, 
más intenso

Es una simple cuestión de adaptación, que es una cualidad requerida en cualquier viajero. Esta es la clave, y la llave, para disfrutar de una experiencia diferente. En invierno todo es distinto y, en muchas ocasiones, más intenso. El paisaje se transfigura. Ves cosas que no puedes advertir el resto del año. Entre los troncos de los árboles de hoja caduca clarean las pequeñas ermitas escondidas tras la frondosidad de la primavera. Los campos escarchados dan paso a media mañana a los mil y un matices de la luz sobre los paisajes ocres de los cultivos. Los olores son también diferentes, más definidos y al mismo tiempo menos invasivos. La posibilidad, por ejemplo, de entrar en un pueblo pequeño oteando el humo de las pocas chimeneas encendidas y aspirar el olor inconfundible de un buen guiso, o el placer de sacarte las botas y dejarlas a secar -preferiblemente frente a una chimenea- tras una dura jornada y enfrascarte a continuación en una lectura, son sensaciones impagables que sólo proporciona el invierno.

El invierno tiene un puntazo medieval
que le va al pelo a esta ruta

Pero hay dos razones más, igualmente subjetivas -y qué es un viaje sino un registro de sensaciones-, por las que vale la pena viajar en invierno: la primera, general, tiene que ver con el Cid. El imaginario popular parece relacionar inevitablemente el invierno y la Edad Media. Esto es muy curioso, porque durante la Edad Media la actividad se ralentizaba, casi al límite de la hibernación -exagerando un poco-. Y sin embargo, quizá por influencia cinematográfica, no nos imaginamos los momentos previos a una batalla sin que los caballos expelan vapor por los ollares, ni una lucha sin nieve o lluvia (esto desde Kurosawa), o un grupo o tribu cubiertos por pieles atravesando un paisaje nevado o las calles embarradas de una aldea. No sé, en invierno hasta las catedrales, las iglesias y los castillos, con sus muros ensombrecidos, parecen "más" medievales.

Desde esta perspectiva, el invierno tiene un puntazo medieval. Personalmente, una de las experiencias más alucinantes que he tenido en el Camino del Cid fue en invierno, en un pueblecito de Castellón escondido en la sierra del Maestrazgo llamado Olocau del Rey, donde se cree que el Cid fortificó un castillo y pasó un invierno a las órdenes del rey de la taifa de Zaragoza. Después de una fatigosa ascensión por una pronunciada ladera, y ya entre sus ruinas, bajo un cielo que amenazaba desplomar una tormenta de nieve, imaginé al Cid con un reducido grupo de soldados, con los víveres racionados, cociendo pan y pasando un duro invierno al amparo de una hoguera y unas balas de paja, y os aseguro que casi pude verle. Aquella experiencia fue más didáctica que muchos estudios que he leído sobre el personaje, al menos me dio una idea de la catadura y el temple de esos hombres.

Camino del Cid:
sólo para valientes

Y una última invitación, dirigida a un grupo de viajeros muy particular: aquellos senderistas o "beteteros" que buscan experiencias más intensas, aquellos que desean probarse en ruta y superar las dificultades que puede implicar un viaje de seis o siete días en esta época del año (una escapada de dos o tres días está al alcance de cualquiera). Personalmente, estoy loco por encontrar días suficientes para cogerme la bici y hacerme una "invernal" en condiciones: ¿seré capaz de llegar a mi destino? Tal vez eso no importe, y lo que realmente importe sea intentarlo. Para ellos, el Camino del Cid, sin exigir grandes sacrificios, puede convertirse en un bonito banco de pruebas, una pequeña aventura que ponga a prueba sus capacidades: será entonces cuando nuestro lema "Sólo para valientes" revele todo su significado.

 

Compartir